martes, 9 de octubre de 2012

Uno de Manuel Maples Arce

Del sentido y dignidad de la poesía Hay una tradición que atribuye al poeta misteriosos poderes para cuyo ejercicio debería alejarse de la sociedad; su único designio sería tan sólo cantar con absoluto olvido de las cuestiones civiles y humanas. La tradición opuesta reconoce en él exclusivamente un artífice. Entre los hebreos el poeta era un profeta; su canto, un grito, un himno, un desgarramiento. Para Wordsworth, el poeta “es un hombre poseído de una más viva sensibilidad, entusiasmo y ternura, con un conocimiento de la naturaleza humana y un alma más comprensiva, un hombre regocijado en sus propias pasiones y voliciones y que se regocija más que otros hombres en el espíritu de vida que encuentra en sí mismo...” Para Platón, el poeta es el poseído por las Musas, por lo que debe impedírsele la entrada al templo, según pretende en uno de sus diálogos. La iglesia, en contraparte, reclama los “socorros de la belleza poética” —alabanza, júbilo y drama—, y en favor de esta concepción, Paul Claudel esgrime un argumento dogmático basado en la fe. “Muchos de los poetas franceses del siglo XIX —dice— tenían talento y aun genio, pero eran la poesía sin Dios. Y si su obra produce en ciertos momentos el efecto de un amasijo de escombros, desearía mostraros que la causa de su rápido declinar no consiste en que les faltara talento, sino en que carecían de religión, es decir que a su talento y a su obra faltaba un ingrediente esencial”. Se podría replicar, sin embrago, que la misma impresión producen muchos poetas religiosos. En realidad ni la poesía religiosa francesa (Claudel, Péguy), ni la tradición anglicana o católica (Milton, Thompson, Coventry Patmore, Hopkins) viven por la fuerza del dogma, sino por el impulso vital. Cualquier dogma es peligroso para el arte porque impide que éste despliegue toda su intensidad. Pero prescindiendo del concepto que tengamos de la experiencia lírica dada la condición humana del poeta, éste no puede eximirse de responsabilidad sin corromper su esencial actividad. El oficio de escritor es secundario, porque sólo es un medio de formación, afirma Novalis. Por importantes que sean las agitaciones personales, tampoco debe impedir al poeta ser universal, ni asumir la responsabilidad de sus decisiones. La tragedia que lo rodea forma parte de sus circunstancias, como diría Ortega y Gasset. Las circunstancias cambian, sin embrago, de una a otra generación, y con aquéllas los temas. La sensibilidad, el lenguaje, las ideas estéticas y las formas de expresión se modifican, lo mismo que las fuentes de inspiración: la mitología, la leyenda, la historia, el paisaje, las emociones y sentimientos humanos, la ciudad moderna y su neurosis, etc. Catulo vibra en sus amores de manera distinta a Petrarca; el vino de Anacreonte y el de Rubén Darío les infunde sueños diferentes y diversos son los caminos de San Juan de la Cruz y Rainer María Rilke. En nuestro tiempo hemos visto que los movimientos líricos que se nutren en la pasión de la libertad agitan banderas anunciadoras de una alborada excepcional. El realismo lírico se toma subversivo. La indignación y el advertimiento que empujan a la acción unen a la vez el pensamiento invocado por los surrealistas, que proponen transformar el mundo, con la videncia poética de Rimbaud que intenta cambiar la vida. En las bellas páginas de Pour la Poesie, Jean Cassou señala sus coincidencias con el movimiento revolucionario: “no sólo se trata de búsqueda y novedad formales, sino también de una ampliación del concepto mismo de poesía, no habiendo la conciencia humana evolucionado solamente por una transformación de métodos y procedimientos de su arte, sino de su emoción misma, de su determinación y finalidad”. La eficacia del poema, por su puesto, no depende exclusivamente del sentido que pueda condensar. La marcada intención de designios estorba en vez de favorecer la veracidad lírica. El proceso lógico encaminado a finalidades persuasivas no puede comunicar impresiones de carácter emocional e imaginativo que son la base de la creación poética. Desde el punto de vista estético, además, resultan inútiles las adhesiones a una causa si éstas carecen de esa maravillosa potencia sugestiva inseparable de la obra poética, como la liga apropiada en la perfecta fundición de los metales. La poesía es al mismo tiempo operación vital y síntesis imaginativa. El poeta piensa en un amplio compás la realidad, lo psíquico y lo social, y gracias a ello consigue fecundos y maravilloso efectos en favor de una idea; más bien, como decía un gran romántico inglés, su misión es “someter la realidad a la imaginación creadora”. El proselitismo no influye para nada en su virtud. La poesía —dice Eliot— posee sus propios medios de inculcación, por lo que la preocupación de persuadir, cuando no va acompañada de una honda y pura fidelidad, pierde su posibilidad de resonancia. La verdad probatoria sólo es operativa y fecunda cuando integra todos los elementos del poema, sutil y fuertemente, en una unidad profunda. Hegel cita los ejemplos del Fausto de Goethe y de la Divina Comedia de Dante, en los que el carácter tendencioso no destruye la expresión de belleza, porque el senso moral y a las ideas se unen la intensidad emotiva y un equilibrio de cualidades singulares. Otro tanto puede decirse de la razón moralizadora que domina a Hamlet, cuyo carácter, sin embargo, delínea Shakespeare con la más viva efusión poética. Los mejores logros del arte consagran ese maravilloso efecto psicológico. El poeta que interpretándose a sí mismo interpreta su tiempo no puede excluir sus intereses esenciales, ni desentenderse de las inquietudes del mundo; buscará formas de representación y de renovación que, incorporadas a la sensibilidad general, por incisión poética estimulen las posibilidades instintivas, los deseos y esperanzas que constituyen el cauce de la vida humana. Por dondequiera que se encuentre la poesía —decía Baudelaire—, es la negación de la iniquidad. La dignidad exige al poeta que sólo se someta al llamado de su conciencia para imponer sus visión del universo, pues la consigna es la derogación del principio poético. ¿No asegura un pensador latino que la cualidad principal del buen poeta es la de ser un liber spiritus? Este pensamiento puede transplantarse a nuestra época. La conjunción feliz de un ideal superior y una forma perfecta vuelve a la poesía rica de contenido y la convierte en una fuerza que eleva y dignifica al hombre que busca en la fragilidad liberadora de la palabra una respuesta a sus anhelos y a sus luchas transmutadoras. Manuel Maples Arce México 1956

domingo, 3 de junio de 2012

La poesía mexicana no existe: Buscapiés uno

Buscapiés Uno: La poesía mexicana no existe. Lo que conocemos con ese nombre es una impostura. Si fuéramos honestos la llamaríamos: Pre-poesía mexicana. Las antologías de poesía en este país no son verdaderos parámetros para saber lo que se está escribiendo en México. Este momento es el momento preciso para detenernos y reflexionar profundamente. Momento para comenzar a construir y determinar los diferentes elementos que formarán lo que podríamos llamar: Poesía mexicana. Un indicio de esto sería que por primera vez en la historia de la poesía en México un poeta mexicano influyera en la estética y en la forma de escribir poesía en poetas de otros países. La llamada poesía mexicana no existe pero podemos hacer que exista. Marco Fonz México, Ciudad Mutante, 2012

domingo, 20 de mayo de 2012

La patología del ser de Martínez Ocaranza / Enrique González Rojo

La patología del ser de Martínez Ocaranza En la producción lírica de Martínes Ocaranza, como en la de otros muchos poetas, es posible, conveniente y hasta necesario distinguir dos épocas. La primera arranca con el libro Al pan pan y al vino vino de 1951 y termina con el haz de sonetos el Otoño encarcelado de 1965. La segunda abarca cuatro textos relevantes: La elegía de los triángulos (1974). Elegías a la muerte de Pablo Neruda (1977), La patología del ser (1981), y La edad del tiempo (1982). Entre 1968 y 1974 hay un periodo de silencio donde el poeta, en proceso de maduración y cambio, posiblemente gestó un puñado de poemas intermedios que no quiso publicar. Sea como sea, podemos afirmar que así como el verdadero Manuel José Othón comienza con Poemas rústicos, Díaz Mirón con Lascas, González Martínez con Silenter y José Gorostiza con Muerte sin fin. Aunque sus obras procedentes no dejen de tener cualidades estéticas dignas de tomarse en cuenta. Ramón Martínez Ocaranza aparece con voz propia, intensa e inconfundible que los caracteriza a partir de la Elegía de los triángulos. Si leemos con atención los cuatro libros que conforman la segunda época del poeta michoacano, advertimos que hay algunos temas, alusiones y acentos que diferencian unos poemarios de los otros, pero también que existe un común denominador o una infraestructura intencional que los convierte en partes de un todo. La Elegía de los triángulos hace énfasis en la mitología náhuatl y en la hierofanía purépecha y, muy dentro del espíritu de Pascal, pone entredicho a la razón geométrica desde un espirit de finesse que le hace decir socarronamente que es en las tabernas donde “crecen los conceptos”. Las Elegías a la muerte de Pablo Neruda exalta el lado cainista del ser humano y la ubicuidad del odio, o, como dice “amor vestido de candados”. La patología del ser pone el acento, si deseamos parafrasear a Max Sheler, en el puesto del hombre mal hecho en un cosmos abortado. La edad del tiempo está plagada de un extremo al otro de “meditaciones existenciales” con alusiones intencionadas y corrosivas al mundo clásico y mitológico. La patología del ser es, a mi manera de ver las cosas, no sólo el título de un libro, el extraordinario texto publicado en 1981, sino el tema englobante y el parámetro filosófico, épico y moral donde se afirman y desarrollan los versos, epigramas, manifiestos y hasta “novelas” que conforman el siniestro y al propio tiempo bellísimo mundo lírico de Ramón. El ser patológico hace acto de presencia, pues, no sólo en el libro consagrado a su problemática, sino en todos los demás. Que en esto hay un absesión, nadie puede dudarlo. Pero cada vez estoy más convencido de que el verdadero poeta no escribe poemas aislados unos de otros y libros caracterizados por su unicidad, sino que, a veces sin sospecharlo, escribe un solo poema, personal e intrasferible. Esta es la razón que me lleva a afirmar que los cuatro libros de la segunda etapa de Martínez Ocaranza no son otra cosa que los diversos cantos o cantares, en el sentido qe le da al término Ezra Pound, donde se va desplegando con sus llagas, sus pústulas y su sufrimiento la patología del ser. Ramón Martínez Ocaranza no proviene directa y servilmente de ninguna de las escuelas, tendencias o generaciones poéticas de nuestro país. Ni del modernismo, ni del posmodernismo, ni siquiera de la vanguardia, no está cerca de Los contemporáneos o de Paz. No hay afinidades con Alí Chumacero o con Rubén Bonifaz Nuño. Es posible hallar algunos puntos de contacto con Efraín Huerta, pero, a mi entender, no es ni muy ostensible ni muy significativo. Quizá haya mayor cercanía de Ramón con un novelista y cuentista como José Revueltas, que con los poetas mexicanos que le antecedieron o fueron sus contemporáneos. No es aventurado decir, por eso mismo, y en cierto sentido, que si Revueltas es el “novelista de las cloacas o del lado moridor”, Ramón es el “poeta de la podredumbre y las lobregueces”. De todo lo anterior hay que deducir una conclusión, y decirlo de manera resuelta y sin taxativas: Ramón Martínez Ocaranza es un poeta único en la poesía mexicana del siglo XX. Si no estamos equivocados en nuestra apreciación, es lógico que nos preguntemos ¿por qué un poeta de esta importancia, de esta envergadura, de esta originalidad no ha tenido el reconocimiento que se merece? Tres causas saltan a la vista, entre otras, que nos explican el olvido y la subestimación, para decirlo lo menos, que se tiene por la obra poética de Ramón, el ser un poeta de provincia, el no pertenecer a ninguna mafia literaria y el sostener una posición política radical. Martínez Ocaranza, en efecto, se vio perjudicado en vida y después de su muerte por ser un escritor y maestro que vivió principalmente en su querida Morelia, por amarrarse a los mástiles de la independencia ante el canto de sirena de las mafias y por ser comunista. La honestidad política y la honestidad poética son, sin duda, los rasgos relevantes y perpetuamente reproducidos en su conducta. ¿Qué es, para Martínez Ocaranza, la patología del ser? La convicción de que la realidad en su conjunto se halla enferma. Que es defectuosa. Que está mal estructurada. En una intuición primera y esclarecedora, el ojo del poeta descubre, como si llevase a cabo la fenomenología de un caos, un lodazal o un estercolero, que la realidad está mal hecha. La patología no es atributo de una parte de la realidad o de ciertos entes, sino del ser en cuanto tal. La patología abarca al cosmos, a las creencias humanas, a la sociedad, al individuo, y al propio poeta. La teratología del cosmos salta a la vista cuando advertimos, con Ramón, que “el binomio de Newton nada vale/ junto a la maldición de las estrellas”. Las convicciones religiosas, Dios y los ángeles, la mitología en su conjunto también se hallan averiados. “La escala de Jacob está podrida”. Dice, con un nudo en la garganta, nuestro poeta. La antropomorfización de las deidades es tal que Martínez Ocaranza, como Luciano de Samosata, tiene que reconocer que “los dioses también son sexomaníacos” , y hasta que “ser ángel es una condición de perro muerto” . Enferma, maltrecha y monstruosa es también la sociedad. Tanto que Martínez Ocaranza dice, con un escupitajo de tinta: “¡qué fantasmas! ¡qué monstruos! ¡qué bisnietos/ tataranietos de patología”. Los hombres, temerosos de verse, de comprobar sus deformaciones y defectos, “inventaron teogonías por miedo a los espejos”. E incluos la comprobación de la enfermedad incurable que padece la sociedad, cuestiona, problematiza y hasta arroja a la esfera de lo imposible al ingenuo proyecto de la emancipación social. “Y vámonos al diablo Camaradas. Que la conciencia está podrida”. El individuo no escapa de este mundo de llagas, lobregueces y estridencias. Si no nos detenemos en la superficie, sino que buscamos el trasfondo y el soporte, hallamos en los espíritus más preclaros un origen bestial. Dice Ramón, por eso, “Pitágoras es nieto de los nietos de los tataranietos de un gorila”. El desorden nace, se desarrolla y se eterniza en el universo mundo “cuando Caín camina por la tierra”. Pero lo más dramático de todo es que el poeta, el que denuncia la purulencia y el morbo en el cosmos, las creencias, la sociedad y el individuo, también está inmerso en la enfermedad: “yo soy mi maldición” -Dice Martínez Ocaranza. “Yo soy mi cueva” - “Yo soy el bosque de mis aquelarres” o también: “todo mi corazón está podrido”. El denunciante, pues, acaba por denunciarse. No obstante, un coágulo de luz, que participa en la oscura ambigüedad que la conforma, le permite decir “Yo me llamó Caín, yo soy mi muerte”. Como escribe María Teresa Perdomo, en su texto riguroso y profundo Ramón Martínez Ocaranza. El poeta y su mundo: el autor “se sintió vivir en personajes abyectos, trágicos, desagradables, fue Raskólnikov, Caín, Edipo o Karamasov”. Hasta el poeta, pues, se encuentra enfermo y la poesía -pretendida proclama la libertad- sufrede no sé qué padecimientos secretos. “Yo soy – dice entonces Ramón- el adjetivo de la muerte”. Patología del ser o ser de la patología. El don de ubicuidad lo tienen más que Dios la estridencia, la disfunción y el sufrimiento. La patología del ser universaliza la locura, y la poesía debe convertirse, y se convierte en Martínez Ocaranza, en el “sermón del manicomio” Esta patología del ser es, simultáneamente, la patología del tiempo. La sucesión de las diversas formaciones sociales en la diacronía de modalidades distintas de la insania. Decir que en el seno de lo viejo se genera lo nuevo es igual que aducir -o denunciar- que en las entrañas de un padecimiento están las premisas del siguiente. Cada enfermedad va acompañada de su sintomatología específica. Quizás el síntoma más elocuente de la patología del ser, en su fase contemporánea, es la bomba atómica, esto es, la desintegración al máximo de los átomos que conforman, según Demócrito y Epicuro, el alma humana. La lectura atenta de los últimos poemas del profesor, me llevan a la hipótesis, que no quiero silenciar, de que en Ramón hay una cierta desilusión, que no deja de estar justificada, del materialismo histórico y dialéctico tomado como sistema doctrinario. Desilusión que lo conduce no a contraponerse al marxismo, sino a guardar distancias con él y, ya sin referencias dogmáticas o preconcebidas, a abrirse a la expresión y procesamiento de sus propias inquietudes, convicciones y torturas personales. Si la primera parte de su obra está realizada bajo el signo de la cosmovisión socialista y del optimismo revolucionario, la segunda, donde Ramón da con el acta de nacimiento de su propia voz, desfase los entuertos del prejuicio para dar con los vericuetos de su locura fecunda y memorable. Es importante subrayar que un sistema cerrado, que no corresponde a las necesidades emancipatorias ni a las perspectivas individuales, frecuentemente empuja a planteamientos y concepciones contrapuestas a su enfoque. Siento que en Ramón había, e ignoro con qué grado de conciencia, ciertos residuos religiosos (aunque, desde luego, no dogmáticos) que, aplastados durante su periodo marxista, salen a flote ahora con toda libertad y honradez. El poeta de La patología del ser, ya no escribe en y desde un materialismo filosófico cabal. Mientras que para el poeta materialista carece de sentido blasfemar, pedir un sentido a la vida, enloquecer por la ausencia de una ordenación teleológica o saberse, lleno de angustia, en la patología ontológica, para Ramón que va más allá de los poetas malditos. La salud, en la medida en que se pueda hablar de ella. No está sino en la conciencia de la enfermedad. Martínez Ocaranza es un poeta “de la rabia y la blasfemia”, como puntualiza Perdomo, porque sus viejas concepciones, enhorabuena, le hicieron crisis. Enhorabuena, digo, porque su cambio de terreno teórico y afectivo abrió la posibilidad, que fue realizada por el acucioso y emotivo trabajo del final de su vida, de dar a luz al gran poeta que es Ramón Martínez Ocaranza. Quienes se han ocupado de la obra de Ramón, ponen el acento de que ella está influida por la Biblia -sobre todo el antiguo testamento- Shakespeare, Dostoievsky y Lautrémont, etc. Yo quiero destacar otro influjo u otra coincidencia: la que existe entre la última poesía del profesor, y los gnosticos primitivos, contemporáneos, como Simón el mago y sus sucesores, del cristianismo inicial. El gnosticismo sostiene, entre otras cosas, las siguientes tesis centrales y muy características: a)Este mundo que vivimos está mal hecho. Más que hablar de creación hay que hacerlo de engendro. b) La idea de que su autor es Dios es una falacia o un espejismo. Su creador fue un demiurgo suplantador o el mismo demonio. c) El supremo bien no puede tener nada que ver con un universo (y su eón respectivo) que es irracional, perverso y nefasto. d) El hombre posee, pese a todo, un fragmento de la pasión divina, que lepermite desechar este mundo de tinieblas e imaginar la pléroma o sea el mundo de la plenitud, depósito de las esencias. Creo que no es difícil hallar los puntos de contacto entre las tesis de Basilides, Carpócrates o Valentín y las ideas que animan el discurso poético de Ramón. Es posible advertir idéntico descontento por la disfunción del cosmos y la injusticia humana. Dios aparece en la poesía de Ramón, dice María Teresa Perdomo, “como fuerza incomprensible llena de locura, absurdo y crueldad”. Y Oralba Castillo Nájera hace ver que en la “macabra y siempre bellísima sinfonía” de Ramón “Satanás dirige la orquesta”. El poeta michoacano no sólo critica, como Nietzsche, la moral de los humanos, sino que, a lo grande, con manotazos y blasfemias, enjuicia a la creación y no retrocede ante la idea o el deso de que Dios se suicide “por su siniestro oficio de arquitecto de idiotas”Martínez Ocaranza, consciente de que el vate es el profeta, el que vaticina, el que anuncia apocalipsis y redenciones, se autoproclama “el último profeta” y se ve a sí mismo predicando “en la sinagoga de la última ceniza”. Y ¿qué es lo que predica? ¿cuál es su evangelio? “yo vine a predicar -dice- la última transmigración de palabras”, esto es, de palabras-conciencia, de palabras -denuncia, de palabras- blasfemia. En ocasiones va más allá de los gnósticos y llega a afirmar, más bien a gritar o aullar: “Yo no creo en las parábolas del Nuevo Testamento. Yo creo en las maldiciones del Antiguo Testamento.” Martínez Ocaranza suscribiría la tesis del gnóstico Valentín de que el mundo es producto de un error y los humanos son en esencia deficientes. El residuo religioso que campea en su obra, lo hac volver a la concepción tradicional de la caída del hombre: “de god en dog el hombre se transmigra”. Un materialismo filosófico radical y congruente considera, a diferencia del pensamiento místico, que el hombre no ha sufrido una caída, no ha pasado del paraíso a la tierra, no ha devenido de Dios en perro, sino que nació desvalido, aplastado por su medio ambiente y por sus semejantes. En este contexto, su “destino histórico” no es levantarse para recuperar el punto desde el que se despeñó, sino conquistar posiciones y alturas nunca conocidas. Su pasión es, pues, el salto más que el levantamiento. Y aquí hay otro drama, que no se identifica con el de Ramón o del gnosticismo. Para comprenderla plenamente a la poesía bíblica y al propio tiempo blasfemante de nuestro poeta hay que mostrar, por otro lado, el lugar desde el cual se anuncia. Brota de un anhelo de perfección, de vida plena, de ciencia humanizada, de predominio del amor. En la pugna, puesta de relieve por Empédocles, entre el amor y la discordia ha ganado la discordia. Ramón dice, por eso: “jugamos al amor y nos ganó la muerte”. Ha triunfado, pues, lo que une, sino lo que divide. Pero el amor, replegándose, se vuelve perspectiva y pugna por levantar cabeza. Los euquitas o mesalianos, (orantes), una de las sectas gnósticas más curiosas, hacen énfasis en la contraposición entre le mundo inferior de las tinieblas (al que pertenecemos junto con nuestro demiurgo) y un mundo superior de luces donde reina el verdadero amor. Nuestro mundo ha sido creado por el diablo, el cual habita, además, en cada hombre. Hay, pues, la necesidad de un combate sin cuartel contra el demonio, lucha que puede llevarse a cabo con la única arma que el hombre dispone (o sea la plegaria) porque afortunadamente hay un corpúsculo de luz en el alma de cada individuo. Ramón es una especia de euquita que yergue su plegaria o su cantar sobre el soporte, a veces silenciado, pero nunca ausente, del amor o del odio-contra-el-odio. Martínez Ocaranza es consciente de que la muerte ha invadido hasta el amor: “¡Amor! ¡Amor!/ Palabra tristemente descompuesta”. Por eso ubica al amor no en la pasividad y en el disfrute de sus mieles y bienaventuranzas, sino en una trinchera: “El odio contra el odio es la más pura belleza del amor”. Perdomo dice con toda propiedad: “La critica que Martínez Ocaranza hace al hombre de todos los tiempos... lleva latente la sospecha intuitiva de que todo puede ser de otro modo más limpio, claro y armonioso”. Ramón está pidiéndole constantemente un sentido a la vida y le horroriza no hallarlo. Resulta ajena a su punto de vista y a su estado de ánimo la afirmación de que, en realidad, no hay un sentido (o una teleología) que preexista al hombre. El ser humano, en este contexto, es el animal que le da sentido a la vida o la bestia que actúa persiguiendo fines. Pero antes de él, a sus espaldas, no hay sino materia en movimiento, no hay sino leyes, grados, determinaciones, condicionamientos. Tal vez se puede, entonces, disentir del enfoque filosófico que subyace en la poesía de Ramón. Pero, independientemente de ello, hay algo indudable: en esta cosmovisión apocalíptica,gnóstica y desesperada, y no en otra, es donde se pudo manifestar el poeta de grandes vuelos que llevaba consigo Martínez Ocaranza. Ramón coincide también con el existencialismo sartreano, el cual, negaba la existencia de Dios, pero, añorando el sentido de la vida que el pensamiento religioso trae aparejado, comprobada la espantosa contingencia y facticidad de todo se veía presa de la llamada náusea metafísica. A decir verdad, tanto la filosofía existencial como algunos planteamientos posteriores de Marguerite Yourcenar, Emile Cioran y Henry Laborit tienen evidentes puntos de contacto con el viejo y por lo visto nunca muerto gnosticismo. Quiero hablar, por último, de las virtudes, características y singularidades formales de la poesía de Martínez Ocaranza. Para entender la importancia y la significación de la aportación lírica del poeta de Jiquilpan, siento que es necesario no sólo aludir al qué de su poesía, sino al cómo. La primera y la segunda etapas en que se puede dividir la obra poética de Ramón, no se diferencian únicamente en el distinto y a veces hasta opuesto carácter del contenido o el mensaje, sino en el diverso status estético gestado a partir de una disímil conformación expresiva. Si en la primera etapa hay un entramado de formas diversas de versificación y rima, que culminan incluso con los sonetos del otoño encarcelado, en la segunda se emplea como vehículo esencial de comunicación el verso libre, esto es, el verso deliberadamente irregular que prescinde del “organillo melancólico” de la rima. En este segundo periodo, la metáfora, ese ingrediente fundamental de la efusión poemática, deja su terreno habitual de cosa ingeniosa, preciosista y sorprendente, es decir, de bibelot lírico. Ahora resurge como exclamación, aullido o desgarramiento, en una palabra, como “un chorro de sangre en la conciencia” que es la definición que de ella nos da Ramón en su autobiografía. La forma natural y elocuente de expresar la patología del ser no podía ser la forma clásica, romántica o modernista. Tenía que ser violenta, paradójica y ambivalente. La poesía de Ramón, desde la Elegía de los triángulos hasta La edad del tiempo, sin olvidar su poema la Vocación de Job, es una poesía que, en contraposición a su primer libro dice al pan vino y al vino pan, poesía deliberadamente ambigua, difícil en veces, elíptica cuando se le ocurre, hermética en momentos cruciales, clara como el agua cuando el poeta quiere compartir con nosotros algunas de sus úlceras. En ocasiones, no demasiadas a decir verdad, Ramón gusta del juego de palabras y hasta sepuede hallar cierta similitud entre la forma que lleva a cabo esto Xavier Villaurrutia, como cuando decía: “La vi/ la vid/ la vida” y la manera en que lo hace de cuandoen vez nuestro poeta: “¡Qué leyenda que pudo ser de sexos encontrados/ De cesos encontrados/ deseosos encontrados”. Pero yo me atrevería a decir que en nuestro trágico poeta más que haber juegos lúdicos de palabras, hay relaciones torturadas y torturantes de ellas. No es un juego para producir placer, sino para provocar sufrimiento o por lo menos inquietud. Ramón demanda lectores que abandonen su manera habitual de enfrentarse a un escrito. Requiere amantes de la poesía que se involucren en el drama humano que está viviendo y reviviendo, y no aquellos que pasivos y papando sus propias neuronas, permanecen al margen del tiempo apocalíptico que atraviesa la poesía. Tal es la razón por la que a muchos nos costó trabajo llegar a comprender al poeta. La metamorfosis que debe tener lugar en los lectores de Ramón, no es de fácil acceso y en ocasiones exige un abandono radical de camino trillados y prejuiciosos. Sin embargo, cuando la persona se logra ubicar en el sitio adecuado para aprehender el mensaje en torno al ser-que-padece-de-una-enfermedad-estructural, saltan a la vista no sólo el elan del contenido sino las virtudes de la realizacón. Y es entonces que uno no puede menos que estar de acuerdo en que “El único lenguaje verdadero es el llanto”, como dice Martínez Ocaranza, o en que el tono bíblico, el empleo de ciertos recursos superrealistas, la belleza puesta al servicio de la fealdad (Bebe magnolias. Para que aprendas a matar culebras) o su predilección por la palabra tarántula en lugar de los vocablos cisne o búho, como dice Oralba Castillo Nájera, adquieren un sentido preciso, original y contundente. Enrique González Rojo Revista Deriva, no.21 Ciudad de México diciembre 2010 Director José Francisco Zapata

jueves, 10 de mayo de 2012

Manuel Silva Acevedo escribe sobre Paisaje de tres gritos de Marco Fonz

Gritar desde los márgenes Todos hemos contemplado alguna vez con la piel erizada el famoso cuadro del expresionista noruego Edwar Munch, “El grito”, donde una figura humana despavorida abre la boca desmesuradamente para lanzar un larido en medio de un puente tendido sobre el marasmo de una realidad turbulenta y amenazante. Pero ¿qué es un grito? ¿por qué se grita? ¿a quién se grita? Según el diccionario de la RAE, el grito es la manifestación vehemente de un sentimiento que expresa la queja de un dolor agudo e incesante o la petición de algo cuya falta se vuelve insoportable. ¿Qué es entonces lo que grita Paisaje de tres gritos de Marco Fonz? En primer término, en el “Paisaje del primer grito” se rinde tributo a Jacobo Fijman, poeta ruso-argentino cuya marginalidad acérrima lo empujó a un hospicio psiquiátrico en el que finalmente murió, sin que hasta hoy las letras argentinas le reconozcan un lugar no obstante haber pertenecido a una promoción de escritores tales como Oliverio Girondo, Leopoldo Marechal y Jorge Luis Borges. A su vez, el “Paisaje del segundo grito” está expresamente dedicado a Leopoldo María Panero, poeta español que constituye todo un caso en la historiografía literaria de su país. Panero, que es poseedor de una vasta cultura, vive recluido en un sanatorio para enfermos mentales y desde allí produce libros de poemas, narrativa y ensayos ampliamente difundidos y apreciados. El tercer grito está dedicado al poeta gaditano Carlos Edmundo de Ory y a su esposa Laura Lacheroy de Ory. Carlos Edmundo de Ory es un poeta de oculto y también de culto que en los años cuarenta fundó el postismo, movimiento marginal cuyo nombre es a contracción de postsurrealismo. ¿Estamos acaso ante un elogio de la marginalidad o más bien esta es considerada aquí como una frontera desde la cual el artista puede denunciar y desconstruir el “orden establecido” bajo el imperio de la razón fría y eficiente? Tal vez el próposito de este conjunto de poemas sea tan sólo el de delimitar por medio de la palabra poética un territorio fronterizo donde el artista, el joven poeta, pueda existir en plena libertad, sin sujeción alguna a una moral o a unas reglas que huelen a podrido, aun al precio de su soledad y autodestrucción. No en vano, Marco Fonz hace dialogar a Panero con Isidore. Ducasse, muerto a los veinticuatro años, enfermo y abandonado, que bajo el pseudónimo de Conde de Lautréamont publicó en 1868, en París, los célebres Cantos de Maldoror, que fueron en su tiempo y siguen siendo una bofetada a las “buenas conciencias”. Desde esta perspectiva marginal, de los bordes, el autor traza una suerte de epopeya del joven poeta enfrentado a las contradicciones feroces de un mundo dominado por gélidos dictámenes finacieros y constreñido por un orden moral la mayoría de las veces tartufesco y farisaico: “No vive la moral en los poetas/ y si la hubiera/ sería una mala leche/ que habría que escupir.” El poeta entonces decide intentar desatar el nudo que atenaza la existencia humana: “Comencé a leer el libro de la vida/ cuando a mitad del libro,/ páginas adelante,/ pequeñas moscas escapaban”. De ahí que proponga : “Escribir otra vez el libro de la tierra/ el libro de hueso/ el libro del relámpago/ el libro del consejo/ el libro de la sangre.” Tal parece se la ambiciosa aspiración de estos poemas que recurren al grito para hacerse escuchar. Es decir, reescribir la historia humana desde las raíces mismas, para poder recuperar la cordura y la lozanía juvenil que un mundo apoyado únicamente en la razón fría y utilitaria ha terminado por extraviar. ¿A caso los poetas, los vates, los guardianes del mito, no deberían se los centinelas que alerten al género humano sobre el peligro de llevar la vida por caminos sin corazón? Sí, pero la realidad suele ser otra... “Los viejos poetas con verrugas en el ego/ ¿con qué papel se limpian?/ ¿en qué papel escriben?” El joven poeta comprende entonces que primero es preciso despertar del letargo de la autocomplacencia: “Desde donde duermo soy/ responsable del árbol de los sueños/ aunque no lo vea/ aunque sólo escuche/ su feroz imagen/ dando para mí/ dolor que duermo”. En esta empresa sobrehumana, el joven poeta no se llama a engaño. Sabe que carece de las fuerzas necesarias para cambiar el orden de las cosas y se siente torpe e impotente, digno de burla y escarnio: “Alguien cortó mis mangas de camisa/ alguien zurció el cuello de mi suéter/ alguien llenó de garbanzos mis zapatos”... “No encuentro en ningún mapa la voz/ del joven poeta...”. No obstante, con tono visionario, este texto sobresaliente -que es todo un arte poética- entrega las claves de un nuevo canto capaz de refundas el mundo: “El mundo truena cuando gira/ hay que tener oído para eso/ hay que tener oído para todo./ El crecer del pasto salvaje/ el aletear de la domesticada aurora/ el acento grave de las nubes/ el suave respirar del inconsciente/ hay que tener oído para eso/ hay que tener oído para todo./ La ventanas gritan cuando solas/ el terraplén canta cuando llueve/ la situación bosteza cuando cansa/ y las estatuas sus inviernos lloran/ hay que tener oído para eso/ hay que tener oído para todo.” “Hay que tener oído para todo”, parece gritarnos a la cara estos versos notables y no es poco lo que exigen. Para terminar, diré que Paisaje de tres gritos me parece la epopeya del joven poeta que lucha a grito desnudo y solo con las armas de la palabra por encontrar un lugar en el mundo que no entrañe un acto de sumisión o hipocresía, a sabiendas de que ello le granjeará como a Ducasse, a Fijman, a Panero y a Ory ser empujado hasta los márgenes. Manuel Silva Acevedo Santiago de Chile, julio de 2005

viernes, 4 de mayo de 2012

Del blog de Iliana Vargas sobre Guadalupe Dueñas: Para no perder el nombre

Para no perder el nombre: Guadalupe Dueñas El siguiente texto es una presentación que debía publicarse en una plaquette/homenaje a Guadalupe Dueñas; sin embargo, por no cumplir con los tonos institucionales, no se incluyó. Comparto también un breve texto que en su momento apareció publicado en la Revista de Bellas Artes, en el que, de manera soslayada pero ácida, la autora hace una reflexión crítica y atinada sobre el entreguismo de ciertos escritores. Guadalupe Dueñas fue narradora, guionista de telenovelas, ensayista y colaboradora de algunas revistas literarias, particularmente de Ábside, la primera en publicar uno de los textos que conformaría, en 1954, Las ratas y otros cuentos, plaquette con la que se daría a conocer como narradora de una visión muy particular, “extraña” para la mayoría de sus contemporáneos. A partir de ese momento, Guadalupe Dueñas empezó a vislumbrar un universo poco explorado por otros escritores de la literatura mexicana contemporánea, específicamente de mediados del siglo XX: los temas tratados por esta autora abrevan del humor negro, la ironía, la crítica incisiva, el horror y elementos muy particulares de la literatura fantástica, sobre todo, la trasgresión de lo sobrenatural a través de animales o personajes con los que se convive a diario pero que no suelen tenerse en cuenta o a la vista. Dueñas construyó su propio panorama creativo a la par de otros proyectos curiosamente relacionados con la labor literaria: bajo la producción de Ernesto Alonso, realizó cerca de 50 guiones para telenovelas; entre las consideradas de “mayor rating” se encuentran Leyendas de México (1968); Carlota y Maximiliano (1965); La máscara del ángel (1964); y Las momias de Guanajuato (1962), esta última basada en el cuento “Guía de la muerte” de la propia Guadalupe Dueñas y en cuya adaptación trabajó a lado de Inés Arredondo, Vicente Leñero y Miguel Sabido como co-guionistas. “Guía de la muerte” había sido publicado en 1958 como parte de Tiene la noche un árbol, con el cual obtuvo el Premio José María Vigil 1959. Poco después, entre 1961 y 1962, fue becaria del Centro Mexicano de Escritores; sin embargo, transcurrieron catorce años para que apareciera su siguiente libro, No moriré del todo (1972), en el que los tonos irónicos y la atracción por lo insólito, lo terrible y una introspección angustiante determinaron la voz narrativa de la autora. Esta fuerza en su escritura se vio enriquecida años después por la explotación de lo atmosférico en los cuentos que conformarían su último libro publicado, esta vez casi veinte años después que el anterior, y en cuyo título se adivina una sentencia: Antes del silencio, donde se hace presente más que en los libros anteriores, el espíritu lírico de Guadalupe Dueñas trasladado a una prosa pululante de imágenes oníricas, apariciones, juegos en donde es difícil determinar el umbral que se cierra cuando el sueño acaba. Además de su obra narrativa, Guadalupe Dueñas escribió una serie de breves ensayos dedicados a diversos personajes de la vida cultural en México. Se trata del libro Imaginaciones, que, como el título afirma, es eso, un ejercicio a la manera de Vidas imaginarias de Marcel Schowb, en este caso basado en algunos rasgos característicos de autores que interesaban a Dueñas. La única antología en la que participó fue Pasos en la escalera. La extraña visita. Girándula, un libro colectivo publicado por Porrúa en 1972, donde se proponía el desarrollo de tres cuentos con los mismos títulos por parte de las autoras incluidas: Carmen Andrade, Beatriz Castillo, Guadalupe Dueñas, Margarita López Portillo, Mercedes Manero, Ángeles Mendieta y Ester Ortuño, cuyos textos iban acompañados de dibujos originales de Elvira Gascón. El material que se reúne en esta plaquette sirva para conocer, de manera somera, el espíritu de esta narradora de lo fantástico que, tras diez años de su muerte, nos visita con la intención de recordarnos que la literatura mexicana tiene una identidad que está más allá de los elogios y la condescendencia entre escritores, de las cuestiones de género, de las imposiciones de estilos que están a la moda: la literatura mexicana contemporánea tiene algunos autores que han escapado de la farándula para preocuparse por escribir. Yo vendí mi nombre | Guadalupe Dueñas Como algunos venden su alma y otros venden su cuerpo y otros más su sombra y hay quienes venden pájaros, yo vendí mi nombre. Consta de cinco letras. Es un nombre pequeño y un apellido muy largo, que en tiempo no remoto, alcanzó fama y pudo cotizarse como alta moneda. Apareció junto a plumas reconocidas y estuvo precedido por títulos de sabios y pro-hombres. El misterio de su ampulosidad no viene a cuento. Baste saber que conservo en oro sus iniciales y que existen aulas y bibliotecas bautizadas con mi nombre. Grabado estuvo en universidades, y no faltaron editores que lo adoptaron por bandera izándola en las cúpulas. Otros muchos esculpiéronle en muros y portadas. Entretejían las mayúsculas con hilos de plata y sombreaban las vocales con acerinas y esmalte. Convirtióse en símbolo, en aleluya, en buen agüero, en triunfo y en sonido glorioso. En ese entonces, periódicos y revistas nacionales y extranjeras, se atropellaban por consignarlo, por encabezar sus columnas con los augustos rasgos de mi pertenencia. Los lectores enrojecían de emoción al hallarlo en enciclopedias, en semblanzas, en biografías y en números antológicos destinados a la eternidad, y aun en reseñas de modas. El mundo lo alquilaba sin reparar en el precio. Avanzó en popularidad como los mitos que la credulidad agranda. Adorno fue de la palabra; labios encumbrados lo envidiaban, hasta que un día, un desdichado día, empezó a apagarse con la prisa de las luciérnagas que dejan en sombra el paraje de la noche más obscura. Restos de su gloria quedaron atrapados en artículos de segunda. Revistas no informadas retuvieron los jirones alfabéticos, los caracteres degradados, las letras que al transcurrir del tiempo perdían equilibrio como los epitafios de las tumbas olvidadas por los deudos. Las vocales disparáronse a manera de luces pirotécnicas. Fue el comienzo de una tortura mortal. La mengua reducía el nombre cada vez más y más. Aparecía distorsionado o con letrilla microscópica del todo indistinguible. Nadie exigía las bélicas mayúsculas de trazo gótico, nadie extrañaba las alas de cuervo que rubricaron el nombre caído en desdicha, sucio de polvo como corcel abatido y sin dueño. La adversidad propició el desacato de escribir las iniciales cuando se habla del D.F. Los letreros fueron empalideciendo. Las publicaciones que ostentaron escandalosos ribetes con gualdas, suprimieron las gárgolas y los arabescos hasta que las consonantes danzaron derrengadas y sonámbulas. Con frecuencia fallaban letras o aparecían tan borrosas como si un designio infernal se anticipara a su cancelación. El calvario se agrava. Ahora, antes de que amanezca, me dirijo anhelante al primer puesto, al vendedor más cercano, al gacetillero, al pepenador de desechos, para revisar meticulosamente cada publicación y comprobar si aún figura mi nombre aunque sea en el directorio; con mano temblorosa y ávida, abro las páginas, los dedos se me hacen huéspedes, con esfuerzo olvido el llanto que me causa ver en algún rincón mi nombre de pila o la inicial perdida del apelativo que ya nadie reconoce. Confidencias afanosas o malignas me hacen saber que las directivas tratan el conflicto de suprimir el nombre que se les ha quedado fijo como una alcayata. Sé que quienes votan por el aniquilamiento, encuentran tibia persistencia en románticos añorantes de la firma que no tienen valor para desterrar de su paginario. Un pudor no exento de amargura me hace cavilar en la manera de liberarlos a todos de la pesantez del nombre cuyas letras cadavéricas encenizan sus revistas. He llegado a sentir agradecimiento cuando alguien lo suprime sin ceremonias. Insoportable es irse muriendo a pedazos, mejor dicho a letras; un puntillo hoy y un acento mañana; ahora el rasgo de la T no aparece; más adelante el diéresis y luego la R y la M y aun la Y, que es tan poco socorrida en nuestro idioma. Lo capto todo. La fisura de mis tímpanos recoge las murmuraciones y a pesar de núbiles cataratas que entresolan mis pupilas, adivino el desdén y las muecas de repudio. Con las yemas de mis dedos palpo negativas y razones. En la rajadura de mis labios y en mi lengua reseca sopla el aire salado que dispersa mi nombre. Padezco comentarios y juicios sin poder darme a la fuga. “Dicen que ya no escribe, que está ciega”. ¡Bah! –“Estar ciego es estar muerto”. Se desentienden de mi presencia. A veces rampo, me agazapo, ruedo, me deslizo, hasta las redacciones donde otrora pidieron de rodillas mi colaboración eterna. Los amigos de antaño ya no me conocen. Han ensordecido en el ruido de nueces de los manejadores de frases. Un terror supersticioso me invade, un terror ajeno a vanidades y a esperanzas: la certidumbre de que en cuanto la última letra se esfume y el punto final se diluya sobre el papel como una lágrima, mi vida, frágil e inútil vida, será un renglón en blanco como el de los presuntuosos de ayer que ignoran su anonimato, aunque su engreimiento es sólo corrupción aprisionada en una fosa.

martes, 24 de abril de 2012

Marco Fonz frente al espejo

Se descubre un día en medio del camino. Esto no sería nada raro, de hecho es un lugar común entre encrucijadas y escapes de asfalto. Pero el elemento nuevo bajo el sol sería: Un espejo. Nada mas aterrador que un espejo. Refleja pero no dice la verdad. Nos observamos pero somos ineficientes en el acto sencillo de observar y nombrar lo observado. El leve acercamiento nunca seremos nosotros. Sobrevivir a esta primera impresión, retratar en la visión el autorretrato inacabado. Salir con chispas de ese contacto fugaz y saber que nunca más se volverá ese segundo. A ese flechazo de la luz con su sombra. Amordidas del espejo, arañazos del espejo, grito del espejo que se vuelve una cara. Así, lo magnífico se muda a otra parte y se está uno quieto para ver si sale otro, otra cosa, otro símbolo que descifrar otra idea otra imagen otra floración otro mineral aéreo otro comienzo. Pero nada, solo se está ahí, eso, tú, yo, él y su reflejo. Nada de querencia, cruda carne, nada de sonreír, cruda carne, el espejo es carne cruda. Decadencia finita. Limitado paraíso, todo es la espalda con rostro. Si me crees verás que ese soy yo. Se descubre un día que todo ha desaparecido.

lunes, 26 de marzo de 2012

Carlos Edmundo de Ory un diálogo peregrino


Carlos Edmundo de Ory y dos collages míos junto con araña futuro:




Un diálogo peregrino

Para Laura Lachéroy de Ory

Tomados del brazo, caminamos por entre las tumbas del cementerio de La Madeleine. Después de visitar la tumba de Julio Verne, que en ese momento hervía de flores. Carlos comentó que era extraño, que nunca habían sacado una foto en esas circunstancias. Carlos Edmundo de Ory era un hombre que gustaba de los mágicos rituales mágicos y uno de ellos era llevar a sus invitados a tomarles una foto, junto a él y Laura, en la tumba del viejo Verne. Caminamos y continuaba el diálogo del día anterior, diálogo lúdico y lleno de misterio y de sonrisas. Sonreír era el otro gusto del poeta. Jugar, platicar, mostrar lo invisible. Preguntaba, todo el tiempo preguntaba, interesado en todos los temas posibles. Compartía, otro gusto de Ory, compartir.
Si me imagino de lleno a un poeta humano, humanamente humano, vendría a mi imaginación la figura luminosa de Carlos Edmundo de Ory. No gustaba de los premios, ni de las entrevistas y tampoco de los homenajes, aunque asistió a alguno. Le gustaba querer pero no gustaba de los huecos aduladores o fanáticos de su persona u obra. Se alejaba del mundo para querer al mundo y para crear sus mundos y ofrecerlos cálidamente.
Creador de uno de los “ismos” más extraños y controvertidos de los últimos que surgieron en Europa y el menos difundido. El Postismo. El movimiento postista llegó a México en el año del 2008, en una coedición de Editorial Andrógino y Ediciones sin nombre. Carlos recibió emocionado el libro La mano en la espalda, que reúne los cuatro manifiestos postistas. El primero de ellos se publicó en Madrid en 1945. Año del lanzamiento del Postismo.
La relación de Ory con México siempre estuvo presente: “Pues, yo mismo, Carlos, sé mucho de México y su poesía desde mi niñez gracias a mi padre Eduardo de Ory. Cuando estuvisteis en casa, "el otro día", no se me ocurrió poner ante vuestros ojos el precioso libro de oro de mi padre, edición de M. Aguilar, Madrid 1936, titulado como tenía que ser ANTOLOGÍA DE LA POESÍA MEXICANA. Por orden alfabético desde Acuña (Manuel) n.1849, hasta Zayas Enrique (Rafael) n. 1848. La dedicatoria dice: "A la memoria del inmortal poeta AMADO NERVO mi inolvidable y gran amigo.
E de Ory"”
Efraín Huerta y Octavio Paz, enviaban sus libros a Carlos. Él gustaba más de la poesía de Efraín Huerta. Para mí fue muy grato encontrar en la biblioteca de Huerta cuatro libros de Ory dedicados al poeta mexicano, con esa forma tan llena de colores y de figuras que tenía costumbre hacer en la portadilla de sus libros dedicados. Otros poetas mexicanos que conocía Ory eran: Pedro Damián, Víctor Monjarás, Mario Santiago Papasquiaro. Incluyendo el gusto por la poesía de Roberto Bolaño y de Bruno Montané, que vivieron un tiempo en México. Gran lector de poesía, recomendaba leer un poemario no como se revisa un almanaque, sino había que practicar el brinco de poema a poema, en diferentes días y a distintas horas. Leer uno o dos, cerrar el libro, acomodar el poema en el espíritu y después volver al poemario, abrirlo y dejarse llevar por la luz o la oscuridad del poema en turno. Y así hasta concluirlo en algún momento.
Cuando lo busqué en su casa de Thézy, él estaba solo y abrió la pequeña ventana de su puerta, y después de identificarnos, comentó: que era, yo, más inteligente que los gaditanos. Por haber dado con él, con Laura y la dirección de su casa sólo siguiendo la intuición y los mapas cósmicos de los vasos comunicantes. Le observé sentado en su sillón y comenté que al verle tenía unas ganas inmensas de llorar de gusto y él me dijo que: “si Homero no censuraba a los hombres que lloran tampoco él lo haría” después me pidió que leyera uno de mis poemas. Le gustó. Después me bautizó como un: extriste o como el ogro inteligente. Palabras, era un excelente malabarista de palabras e imágenes. Y como Byron un gran coleccionista de palabras y también de caballos, juguetes y otros objetos de magia o de arte.
No podría elegir a uno de sus libros como favorito. Todos me hablan, todos me seducen de forma distinta. Sus cuentos, poemas, ensayos, todo tiene ese algo especial de lo magnífico. Pero existe algo muy particular y casi embrujante, en sus diarios. Sus diarios son poesía pura de donde nace la vida y la muerte. Tal belleza sólo puede pertenecer al jardín de un genio. Y lo digo con la certeza y seguridad de que es verdad. Un genio humilde. Sus diarios, que detalladamente nos muestran paso a paso, hora a día, las vicisitudes que el poeta tuvo que pasar para encontrarse y cumplir su hermosa misión aquí en la tierra y en la literatura.
Una vez le escribí quejándome de la indiferencia de algunos poetas mexicanos hacia diversos temas o quejándome sobre la corrupción de ciertos poetas, él me contestó: “La poesía si verdadera se paga. Platica más con los poetas muertos que con los vivos.”
Dormí junto a los cuadernos forrados de negro en donde escribía su diario. Los originales que cargaba de un lado a otro, de un país a otro, de un estado de ánimo a otra visión. Hasta que por fin se instaló en Thézy: “Vivo en Francia desde hace mucho tiempo. En París, ya lo sabéis por el Diario. De París me trasladé a la capital de Picardía, Amiens desde 1967 y con Laura mi compañera, pintora, desde 1972. Vivimos desde 1990 en una aldea llamada Thézy-Glimont a 13 km de Amiens en casa propia.”
Cádiz, Madrid, París, Perú, Amiens, vieron ir y venir al poeta en alegre y a veces trágico, desde la visión poética, periplo. Lo constante era su poesía, su sino, su genialidad jocosa. Su amor por los amigos, siempre rodeado de amigos y gente que le quiere. Y él a su vez queriéndolos a todos. Como el mar abraza, como la tierra recibe, como el cielo dignifica la claridad de la frente. Carlos Edmundo de Ory era un mundo de entrega. En lo personal pasear por entre las tumbas y jugar a decir palabras serias, alegres, apesadumbradas, luminosas, fue una lección de vida y de literatura. Jugar para saborear el lenguaje. La bella pronunciación de las cosas junto a un demiurgo.
Con Carlos y Laura compartimos libros, poemas, viajes, collages, e intercambiamos visiones, gustos, sueños, palabras. En el 2004 comenzamos un diálogo que Carlos llamó, en uno de sus mensajes, diálogo peregrino. Y eso es nuestra larga plática. Un diálogo peregrino. Que afortunadamente continúa. Seguimos conversando: Laura, Carlos y yo. Continuamos con el ir y venir del mensaje, de poemas, de pulsaciones que imagino, compartirán los muchos otros lectores. Quien se acerque a su obra comenzará, como yo lo hice en algún momento, a conversar con este bello poeta. Poeta humanamente humano que me sonrió un día y que no ha dejado de hacerlo. Poeta que me abrió su casa, su poesía y su corazón. Que me presentó a mí mismo como poeta, que me enseñó que siempre se puede mostrar uno de muchas formas pero que sólo se puede ser uno mismo de una sola manera: Fiel a la pulsación creativa, fiel al poema.
Carlos y Laura escribieron: Sabed, ojos míos, ajos míos, hijos míos, que Karl Borromäus y Laura de Noves, novios diarios y nocturnos, paganos de la luna y el sol y el arco iris, os quieren
mucho
mecha
macho
y esperan que nos veamos el día siempre pensado

Carlos y Laura

Marco Fonz
Marzo, 2011, México

viernes, 23 de marzo de 2012

John Ashbery/ Visto por José Antonio Ramírez


VIERNES, SEPTIEMBRE 03, 2004

La inquietante poesía de John Ashbery


Mi último descubrimiento en poesía es también mi última admiración: John Ashbery, cuyo nombre me había sonado alguna vez, pero al que no había prestado atención. En el "Babelia" del pasado día 17 de abril, su foto venía en portada, y dentro, una entrevista con él por Eduardo Lago, una reseña breve de él mismo, y la reseña de dos libros que acaban de salir por Marta Pessarrodona: Pirografía y Una ola, en Visor y Lumen, respectivamente. También se nos ofrece un inédito, dentro de la galería de Babel, "Gente interesante de Terranova"( 2003), en donde se pone de manifiesto su prosaísmo, esa llaneza que a más de uno puede extrañar, si se está acostumbrado a cierto lirismo. En la página 4 hay un puñado de enlaces a sitios de la Red en donde se puede encontrar material sobre él y otros poetas norteamericanos. O sea, como introducción, más no se puede pedir..., bueno, no es un monográfico de la revista "Quimera", pero...

La entrevista es muy buena pues en ella salen cosas sobre su forma de trabajar, pero también sobre su carácter: su simpatía, su sentido del humor, su capacidad para explicar su propia poesía, de la mejor manera posible. En resumen, su poesía se caracteriza por la fragmentación (algo muy posmoderno), su falta de lógica--pero no por una sintaxis rota, jejeje, él mismo se defiende de esta acusación--, su musicalidad en el sentido de que intenta expresar verbalmente algo que sólo se puede comunicar de forma no verbal, como hace la música--y él reconoce intensa afinidad con compositores como Cage o Carter--. Se le cita a Cage en El silencio:

No tengo nada que decir y lo estoy diciendo y eso es poesía

y esto mismo es la mejor definición de su manera de trabajar: y como su admirado Elliott Carter, el nonagenario, sigue al pie del cañón (aunque él sólo tiene 77 años), ya que, dice, la misión del poeta es escribir poesía.

Ashbery gusta mucho de las frases hechas, de los tópicos, dice que esto le sirve para hacer su poesía más democrática--A. está en la corriente del pionero Whitman, pues gusta de hablar de todo, y no obstante, ha sido tachado a veces de minoritario, de que su poesía es altiva--. También su gusto por el collage, la acumulación y el misterio --lecturas de Jacob Böhme y otros místicos-- entronca con el surrealismo y la vanguardia artística del panorama neoyorquino, de hecho estuvo en contacto con Frank O' Hara y otros, pero él no es tan visual, es más sonoro... De alguna forma, Ashbery le tiende la mano a Auden en su gusto por lo simple, lo hermoso y lo mágico, en su diálogo con la tradición y en su mantenerse en el presente en lugar de escapar hacia territorios, éstos sí, altivos y elitistas. Dice Eduardo Lago:

Ashbery era un perfecto desconocido cuando en 1956 cayó en manos de W. H. Auden el manuscrito de Unos árboles. Inmediatamente, decidió publicarlo. "¿Es posible escribir poesía hoy?", se pregunta el poeta inglés en el prólogo. Recordando que sólo es merecedor del título de poeta quien sepa regresar a las regiones de lo sagrado, le da la bienvenida al nuevo autor, precisando: "De Rimbaud a Ashbery la imaginación sigue aferrada a los valores de lo mágico". Enigmático, multidimensional, abierto a los caprichos del azar, el hacer poético de Ashbery se nutre de dos fuentes. Por un parte, la tradición anglosajona, en un arco que va de Wordsworth a Auden, y entronca con el legado del romanticismo norteamericano, incorporando esta vez desde Whitman hasta Wallace Stevens. Por otra, la propuesta de la vanguardia, tanto artística (Pollock, Rothko) como musical (Carter, Cage). A modo de puente, una vía que integra el legado de Francia, del simbolismo al surrealismo. Con el revolucionario Autorretrato en un espejo convexo (1975), lo que puso patas arriba el apacible y recluido reino de la poesía. Además de acaparar la triple corona de los premios más importantes de su país: el Nacional, el de la Crítica y el Pulitzer, Ashbery logró despertar el interés del gran público. A propósito de este libro, Paul Auster escribió: "Pocos poetas poseen hoy día su misteriosa habilidad para socavar nuestras certidumbres, para articular tan plenamente las zonas más ambiguas de nuestra conciencia".

Como ya está bien de tanta teoría y tanto prólogo, pongo unos versos que pueden dar una idea de cómo es su obra. Es una de las citas iniciales de El catalejo lacado de Philip Pullman:

Unos sutiles vahos escapan de lo que hicieren los vivos.
La noche es fría, delicada y llena de ángeles
que golpean a los vivos. Las fábricas están iluminadas,
el carrillón suena en lo alto.
Por fin estamos juntos, aunque lejos uno de otro.

(de The Ecclesiast)

Este último verso está muy bien escogido por el novelista inglés, pues el lector comprobará que va como anillo al dedo para describir la situación de los jóvenes protagonistas al final de la obra y de la trilogía. Estar juntos, pero lejos..., eso es algo que yo también sé bien: el amor es misterioso si hay una distancia que separa a los amantes, aunque en estos tiempos la tecnología ayuda bastante a limar ese abismo físico... Ya no en diferentes mundos, en regiones por las que una ventana pone en comunicación a los que no pueden dejar de pensar el uno en el otro. Esa parte final de la novela de P. desde luego está inspirada en versos e incluso diría que la obra entera de Ashbery, el poeta de la sugerencia, la magia, el toque efectivo, la descripción exacta. Sin esto, ¿qué puede decirse que valga la pena, que haga sentido? Lo que cuenta es el sentimiento, el goce estético, no "entender". En el amor, es algo que viene, pero que no podemos comprender. Como el roce del ala del ángel, y el diálogo en ese banco del Jardín Botánico, sólo una hora al año, pero que puede ser suficientemente intenso; o el encuentro dentro de un año, en esa misma estación, que se prometen los enamorados de Antes de amanecer, el film de Richard Linklater.


Líneas del desierto

What Is Poetry
John Ashbery
--------------------------------------------
The medieval town, with frieze
Of boy scouts from Nagoya? The snow
That came when we wanted it to snow?
Beautiful images? Trying to avoid

Ideas, as in this poem? But we
Go back to them as to a wife, leaving

The mistress we desire? Now they
Will have to believe it

As we believed it. In school
All the thought got combed out:

What was left was like a field.
Shut your eyes, and you can feel it for miles around.

Now open them on a thin vertical path.
It might give us--what?--some flowers soon?
-----------------------------------------------------

Leyendo algunos de sus poemas en la Red, uno se da cuenta enseguida de esa lógica lúgubre (Lautréamont) que es marca de la casa, esa dificultad para entender lo que nos dice Ashbery, que en muchos momentos es decididamente hermético, aunque luego diga lo contrario... Hay tal acumulación de elementos, y colocados de tal forma, que es imposible deslizarse por las resbaladizas líneas, y es como en esos cuartetos de Carter, sobre todo el primero, con el desierto en donde lo compuso al fondo, en donde cada instrumento lleva su parte de forma independiente, cada uno conversa consigo mismo en una suerte de monólogo-con-otro, que es también la sensación que presta Ashbery, el Encantador. Cuando acaba el discurso, sin embargo, queda una sensación fuerte de algo áspero que nos roza e incluso nos provoca una desazón extraña, porque se abrió una zona más oscura allá en la parte de atrás... Como Carter, con sus melodías extrañas y sus homenajes a todo el mundo del pasado, Ashbery sostiene un fragmento, un recuerdo fugaz, y nos lo coloca en la línea, como si formara parte del mismo universo, cuando en realidad ha estallado en otro sueño, en una primavera distinta.

***
At North Farm

Somewhere someone is traveling furiously toward you,
At incredible speed, traveling day and night,
Through blizzards and desert heat, across torrents, through narrow passes.
But will he know where to find you,
Recognize you when he sees you,
Give you the thing he has for you?

Hardly anything grows here,
Yet the granaries are bursting with meal,
The sacks of meal piled to the rafters.
The streams run with sweetness, fattening fish;
Birds darken the sky. Is it enough
That the dish of milk is set out at night,
That we think of him sometimes,
Sometimes and always, with mixed feelings?
-----------------------------------
John Ashbery

Este magnífico poema aparece al comienzo de la antología Una ola.

Sigo pensando que en poesía como ésta reside el secreto de la fascinación que la poesía ejerce--sobre mí--. Y le doy la razón también a Brodsky, cuando habla de tres clases de críticos, los ignorantes, los conchabados con alguna editorial o grupo de intereses, y los que crean con sus reseñas o artículos, al punto de que bastaría leer ese escrito en vez del libro, jeje... En esta última categoría entra el propio B., Andrés Ibáñez y Juan Francisco Ferré, todos ellos creadores, poetas, a su manera...

La obra que lo dio a conocer, Autorretrato... también está en Visor, y Diagrama del flujo en Cátedra, 1994. Leed y disfrutad: es sólo un sentimiento.

Juan Antonio Ramírez

jueves, 15 de marzo de 2012

Uno de Brecht por dos de Poesía Inconexa




Bertolt Brecht/ Uno de dos de tres: Diálogos desde 1921 con la Poesía Inconexa:


Para los poetas con miedo que siempre han existido y que siguen existiendo y que piden con voz temblorosa: “No lo hagas, no cambies nada, ¿para qué pelear? mejor dedícate a tus poemas…” contesto como si platicara con Brecht:


Los ritmos irregulares dan la oportunidad al poema de que adopte su propia forma, la forma que le dicta su emoción. Yo nunca sentí que apartarme de los ritmos regulares significara que me estaba apartando de la poesía. La estética prevaleciente quería restringir la poesía a ser una mera expresión del sentimiento y, la verdad, no me impresionaba mucho lo que leía de mis contemporáneos, ni tenía en mejor estima a la estética de mi tiempo. El resultado fue que aparecieron nuevos caminos…


Esos caminos son los que la Poesía Inconexa ha encontrado sanos y salvos, afortunadamente, y que la poesía del estado con su estética inamovible no han logrado obstruir. Es increíble como durante tantos años los poetas del erario público no han dejado respirar libremente a poetas como Ramón Martínez Ocaranza, Juan Martínez, Orlando Guillén, José Vicente Anaya, Jesús Arellano, algunos infrarrealistas y otros poetas mexicanos que andan por esos viejos vicios de los descubridores de Raros o como yo los llamo: Los Yacientes. Así nos daríamos cuenta que con estos poetas se inicia una verdadera estética que podríamos llamar Poesía Mexicana.

Un poema de Bertolt Brecht:


Malos tiempos para la poesía


Sí, lo sé: sólo el hombre feliz
Cae bien. Su voz
Es dulce al oído. Su rostro es agradable.

El árbol del jardín
Muestra que la tierra es pobre y sin embargo
Los paseantes lo maldicen por esto mismo.
Y con razón.

Nadie nota los barcos verdes ni las velas bailarinas
Del estrecho. Y de todo esto
Sólo miro la vieja red del pescador.
¿Por qué sólo me acuerdo
De una campesina encorvada a los cuarenta?
Los pechos de las jovencitas
Son tan cálidos como siempre.

(El silbido del viento entre los alisos
Sería más que suficiente.
¿Por qué, entonces, sólo puedo pensar en la guerra?)
En el poema, una rima
Me parecía casi una insolencia.

En mí combaten
El placer ante un manzano en flor
Y el espanto por lo que dice el pintor de brocha gorda.
Pero sólo el segundo
Me hace volver a mis tareas.



Pintor de brocha gorda, poeta de brocha gorda, no tengas miedo ni sufras temores porque exista otro tipo de poema. La libertad creativa no es un derecho, la libertad creativa es la existencia misma, es el todo. Y esa libertad se vive y ¡ya!. Así presenciar el nacimiento y que se manifieste todo tipo de voces y estilos no es ningún peligro para la poesía, por el contrario es el humus que la nutre. Den paso caballeros de los ojos policiales a que anden los poemas y los poetas que quieran estar desnudos y sucios. Todo, ya lo deberían de saber, es pasajero. Relajación por el resto de nuestros días.

martes, 6 de marzo de 2012

Roberto Bolaño/ un poema

Para aquellos y aquellas que alguna vez quisieron ser poetas y todavía son miedo:





Generación de los párpados eléctricos
/ Irlandesa No. 2
Constelación Sanjinés

ese halo de luz naranja pudo haber sido una gran poeta
esa muchacha que estudia el último semestre de Biología y cena
en el Maxim´s del subdesarrollo y fornica a media noche
en un edificio de cristal y vomita en la madrugada con sudores
pudo haber sido una gran poeta
pudo haber sido una amazona y pudo galopar en cierta manera
libre hasta que la hubieran derribado de un balazo entre los senos
-esa mujer que vive con su esposo un paisaje de barrios cercándolos
agradable monotonía de los desayunos americanos
envejeciendo irremediable entre la dureza del lirismo nazi
y sagas que cantan nuevas juventudes –chicos picados de viruela
o atomic morphine
esa mujer que llora en el laboratorio mientras las calles
arden y yo caigo, pudo haber sido una poeta
estamos muertos, nosotros somos los muertos
se oirá en esos días
su cuerpo blanco se mecerá se mecerá
mientras un falo va abriendo su vagina se mecerá se mecerá
sus ojos serán un desierto
-dios mío, sálvate
esa mujer de 30 años nunca tendrá un hijo, esa mujer
de 35 años irá al supermarket con un vestido de flores azules
-¿pero venderán mis poemas en la sección libros
y mi carne destazada en conservas, en verduras,
en ropas-para-el-invierno?
esa mujer de 40 años blasfemando y riendo incrédula
mira, se acabó la menstruación, se acabó
oh multitudes de los grandes funerales niños de los grandes
acontecimientos deportivos muchachos de las futuras
concentraciones en campos de rock
una nube roja se fragmenta por ustedes
esa mujer detenida en una silla
sin duda recuerda por última vez a su primer compañero
-los adolescentes de diamante
y aunque su psicoanalista, su esposa, la esposa del psicoanalista
y su madre conversen sobre la pacificación de los días
la desaparición de la peste
ella siente
que los motines volverán que la han vencido
esa vieja ocupada en su manicomio
sintiendo próxima su muerte y que en realidad
quisiera volver atrás, a una verdadera cama
ese halo de luz naranja que se apaga
sin alegría ni sufrimiento
pudo haber sido una gran poeta
la más amorosa
amada
mía


Roberto Bolaño

domingo, 26 de febrero de 2012

Iván Oñate/ Poeta visto por Salvador García






Vientre de Cabra

Iván Oñate: poesía de infierno y amor




Salvador García


Hablar de Iván Oñate (Ambatao, Ecuador, 1948) es hablar de una de las voces más importantes de la literatura en castellano. Con más de una docena de libros publicados, muchos de ellos traducidos a diversos idiomas, y con una carrera académica que lo ha llevado a impartir cátedra, conferencias y clases magistrales en múltiples universidades de Estados Unidos, México y Europa, el poeta ecuatoriano muestra una extraordinaria labor desde la palabra, donde el misterio, el dolor y la alegría del mundo pueden convivir sin menoscabo.
No hay casualidades en sus versos: el amor y la poesía comparten la misma alma. El amor y la poesía son reflejos del mismo enigma en el hombre. Así lo percibe Oñate y lo muestra de manera nítida en su obra La nada sagrada (Mayor Books, Ecuador, 2010), cuyo itinerario de viaje estará marcado por la presencia de Malcolm Lowry.
“El faro trae a la tormenta y la ilumina”, es el prefacio con el que abre el poemario. Por supuesto, la referencia no podría ser otra: Lowry. Para posteriormente regalarnos el primer apartado del libro donde la ideología y los parámetros literarios entre el autor inglés y el poeta ecuatoriano terminan por fusionarse hasta las entrañas. El primer capítulo se llama “La precisión del infierno”. Aquel lugar, oscuro y silencioso, donde tantas veces se perdió Lowry.
Pero el infierno nunca estará completo sin el amor. ¿Hace cuánto no se llora simplemente porque es necesario? Desde su palabra Oñate no desconoce los rincones oscuros y gélidos de ese amor que es nada, de ese amor que es todo en la nada y nada en la eternidad.

Toma al único enamorado que castigaron los dioses por un amor prohibido, prohibido como tan ingenuo y grotesco. Es así que la figura de Edipo le sirve para hablarle al viajero, al enamorado. ¿Qué enamorado no es viajero? ¿Hubieras preferido a Ulises? Claro, pero recuerda que Ulises, en tanto viajero, rehúye el canto de las sirenas y que no es el amor, si no un dulce, transgresor y consciente engaño para el que ama. En el poema titulado “Edipo” menciona:
“Viajero/ Tú que tantas preguntas/ acercaste a los dioses// Esta noche/ por fin/ algo te han respondido:// Aquel día/ de estremecida luz/ no entrabas en una mujer// Ingresabas a tu destino”. Pero si la mujer esa vista como ese destino, como ese viaje, inmediatamente el poeta expresa que el viaje ya lleva implícita la partida. En el poema “Posteridad” señala: “Cuando el rayo cese/ y ella parta/ nunca volverás a ser el mismo.// Enfermo de eternidad/ deambularás/ por entre los mortales de este mundo.// Asustados/ huirán de ti/ negándote espacio para una tumba”.
Infierno y amor se unen en La nada es sagrada. Esta nada como un desierto de palabras. La nada que es el todo, sin fin ni principio. Recordemos que para que algo se vuelva sagrado debe existir el sacrificio. Y qué más sacrificio que descender a los infiernos, como Lowry, como lo sugiere el propio Oñate. Qué más sacrificio que vivir en el infierno y descender al amor. Posiblemente la tumba de Lowry de la que nos habla el poeta no sea más que una continuación de esa nada que es el infierno, que es el amor.
salvadorgarci@yahoo.com.mx

jueves, 23 de febrero de 2012

Iván Oñate en San Luis Potosi, México Conferencia





Conferencia de Iván Oñate/ Poeta
San Luis Potosí, México.

Desde la salvaje lengua del lenguaje, sueño que tuvo alguna vez la boca, se escuchará el brillo en las tierras de San Luis Potosí a través de la voz y presencia del poeta Iván Oñate, quien dictará una conferencia sobre Civilización y barbarie en la literatura latinoamericana. El encuentro de ambas naturalezas del ser humano será el viernes 24 de febrero del presente año a las 11:00 hrs. en el auditorio de la coordinación de ciencias sociales y humanidades de la UASLP.
Será prodigio y grato el ver y conocer en persona a tan querido poeta y escuchar desde su espíritu la historia de la tribu latinoamericana para compartir visiones y fuegos sagrados, ciudades vanguardistas o chozas exóticas en las páginas del imaginario de los poemas o novelas de nuestro continente.
El autor de los poemarios: La nada sagrada, El país de las tinieblas y su reciente título: Cuando morí (en el pabellón de incurables), publicado por Ediciones sin Nombre y que será presentado en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería el próximo 3 de marzo, nos hablará de esas dos vías extrañas y comunes que son la barbarie y la civilización: qué tanto tenemos todavía de una y de otra y qué nos hace creer que dejamos de ser bárbaros y que ahora somos civilizados.
La literatura latinoamericana es ahora más que en otros tiempos la que da un giro importantísimo y la que ofrece un imaginario tan profundo que, desde hace unos años ha nutrido de forma casi total a la llamada literatura mundial.
En el poeta Iván Oñate tenemos un excelente ejemplo de lo que la poesía latinoamericana ofrece como uno de sus mejores representantes. Oñate pertenece a una generación de poetas que comparten el resurgimiento y fortalecimiento de la poesía ecuatoriana, y felizmente de la latinoamericana y mundial.

Iván Oñate en San Luis Potosi, México Conferencia





Conferencia de Iván Oñate/ Poeta
San Luis Potosí, México.

Desde la salvaje lengua del lenguaje, sueño que tuvo alguna vez la boca, se escuchará el brillo en las tierras de San Luis Potosí a través de la voz y presencia del poeta Iván Oñate, quien dictará una conferencia sobre Civilización y barbarie en la literatura latinoamericana. El encuentro de ambas naturalezas del ser humano será el viernes 24 de febrero del presente año a las 11:00 hrs. en el auditorio de la coordinación de ciencias sociales y humanidades de la UASLP.
Será prodigio y grato el ver y conocer en persona a tan querido poeta y escuchar desde su espíritu la historia de la tribu latinoamericana para compartir visiones y fuegos sagrados, ciudades vanguardistas o chozas exóticas en las páginas del imaginario de los poemas o novelas de nuestro continente.
El autor de los poemarios: La nada sagrada, El país de las tinieblas y su reciente título: Cuando morí (en el pabellón de incurables), publicado por Ediciones sin Nombre y que será presentado en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería el próximo 3 de marzo, nos hablará de esas dos vías extrañas y comunes que son la barbarie y la civilización: qué tanto tenemos todavía de una y de otra y qué nos hace creer que dejamos de ser bárbaros y que ahora somos civilizados.
La literatura latinoamericana es ahora más que en otros tiempos la que da un giro importantísimo y la que ofrece un imaginario tan profundo que, desde hace unos años ha nutrido de forma casi total a la llamada literatura mundial.
En el poeta Iván Oñate tenemos un excelente ejemplo de lo que la poesía latinoamericana ofrece como uno de sus mejores representantes. Oñate pertenece a una generación de poetas que comparten el resurgimiento y fortalecimiento de la poesía ecuatoriana, y felizmente de la latinoamericana y mundial.