martes, 13 de septiembre de 2011

Retrato del autorretrato del poeta Iván Oñate




Mi querido Poeta Iván Oñate:

Alguna vez me oí decir que uno de los trabajos de la fotografía es latir. Y desde ahí el tum-tum-tum de tu persona late como un buen presentimiento. Como el corazón azul de la poesía.
Y no es que vaya quedando poco del Oñate lo que pasa es que muda su cuerpo al poema y no es tarea fácil convertir al espíritu en un mito.
Lentes como ojos gigantes de un atlante que mira tanto hacia dentro como hacia fuera. Tuve que descargar la foto que aún mordía para ver los detalles que se esconden en el Autorretrato del Poeta.
Puedo decir que lo único real son los libros y el estante detrás del cuerpo humo-carne en su transparencia de envíos. Un moderno Francis Bacon que en vez de proponer la descomposición del cuerpo; Oñate arma con metáforas del aire otro suyo que es y no es su propia imagen. Queda la actitud del desafiante; el cuerpo inclinado un poco al desafío, a la provocación, a la inquietud de quien siempre está de pie pero sonríe por dentro, se sienta, descansa, pero no es derrotado.
El color blanco cubre parte de su carne como ese Picasso que cubre en azul lo que no es negro. Y un 1901 es frío y tiembla y todavía no es Picasso. En Oñate el blanco demuestra la cálida intensión de ir desbordado en un 2011. Espuma que antecede el maremoto que provoca el poeta con su presencia. Lo invernal que precede al otoño.
Dos piernas andan por la garganta del poeta, ahí están, musculosas por el caminar constante de su voz, dándole una impresión de movimiento estático que nos lleva a otras historias de lo sagrado, a otros mundos de la nada.
Egon Schiele se expande en la hoja y muestra desnudo su arte alternando el brinco con la zozobra. Oñate, paciente, espera la mirada del espectador. Mitad él, mitad su entorno que se desvanece. Mitad la carne, mitad la tela: producto de tiempo y paz. Dos fragmentos de pantalla son las pupilas de los anteojos. Barba crecida sin rasurar y cabeza recién afeitada como si un joven monje budista comenzara a habitar el reino del poeta. Tal vez si hubiera una venda, tal vez, si existiera, sabríamos que este hombre sufre mutilado como un Vincent van Gogh.
Pero en donde hay mutilación nace la epifanía, y en donde reina la imaginación nace la paciencia como poeta. Como Oñate.
Leonardo mira a la derecha como si su lado izquierdo lo empujara, Oñate mira de frente; eso queremos creer que hace detrás de los anteojos. Mira de frente como si estuviera inventando el futuro y nos dice como Durero: Ecce Homo. De frente y sin sonreir. La mano de Durero descansa leve sobre su pecho, las manos de Iván viven en el misterio.
Todo el mundo alrededor del poeta son sólo fragmentos como en el autorretrato de Max Beckmann. Fragmentos que son símbolos de destinos posibles. Junto al poeta Oñate un respaldo de silla se asoma por su izquierda y un fragmento de lámpara medio alumbra apagada, medio se presenta sobre unos papeles y objetos indefinibles que reposan sobre una esquina de una pequeña mesa. El símbolo a quedarse en el oficio del escritor, luz de su quietud múltiple y versátil. Locomoción de lo estático. Imaginación del asiento, abismos de lo solo. A la derecha del poeta Iván un fragmento de puerta. Madera oscura-dura trabajada con arte e invitación a salir, al viaje, al misterio de no saber qué hay detrás de ella. Irrealidad y sin sentido, la salida da a la aventura, a las respuestas, al soliloquio del hablante. Puerta madura ya por el uso y trabajo de protejer identidades y secretos. Puerta que tal vez sólo da al baño o puerta que tal vez solo da al espacio. TODO es imaginado en el autorretrato del Poeta Iván Oñate, menos los libros que se asoman por detrás de él. TODO es imaginación y símbolo en el autorretrato del Poeta Iván Oñate.
Un pequeño detalle se me escapaba mencionar, una luna llena le crece al vidrio noche en el lente derecho del Poeta. Anuncio de buenos augurios. Tal vez hay tristeza en su gesto, pero: ¡que alegría la tristeza!




México de los palacios del aire
Septiembre 2011

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