(Prólogo de la antología: Muchachos
desnudos bajo el arcoiris de fuego
Once poetas, seis países: ¿poesía
concreta o poesía en proceso?)
(Años atrás (en 1971)
publiqué una antología de la poesía continental bajo el título de
Poesía rebelde de América, y en estos días acabé de
“corregirla y aumentarla”, según es costumbre y lugar común,
para su tercera edición. En ese lapso, mi trabajo se quedó atrás
y, por sobre los ajustes que tuve que hacerle, hice también
aumentos.)
(Ahora, con la presencia
de Muchachos desnudos bajo el arcoiris de fuego (11 jóvenes
poetas latinoamericanos), puedo
hacer un balance, no sólo cuantitativo sino cualitativo, de Poesía
rebelde de América. Así,
constato que de los once de esta “hornada”, tres estaban
incluidos en la edición de 1971: Luis Suardíaz (Cuba), Hernán
Lavín Cerda (Chile) y Beltrán Morales (Nicaragua), y que uno,
Fernando Nieto Cadena (Ecuador), fue incorporado a la tercera
edición. Cuantitativamente hablando, pues, tendría yo un saldo en
contra de siete poetas. Sin embargo, el problema no es tan
estrictamente matemático.)
(En
la introducción a Poesía rebelde de América propuse
una diferenciación entre “rebeldía” y “revolución”, entre
actitud rebelde y actitud revolucionaria. En el primer caso, escribí,
“se trata de no obedecer,
de resistir, de
salirse de un orden al que se considera
—y
la mayor parte de las veces lo es—
injusto. En el segundo
—la
revolución—,
el asunto está en tirar abajo ese orden, en cambiarlo”.
Planteaba, asimismo, que la poesía no puede cambiar el orden social
(puesto que sólo da un testimonio y concientiza a muy largo plazo)
sino la militancia política, y que su única posibilidad
revolucionaria es frente a sí misma.)
(La
literatura —para
el caso la poesía—
es idelogía y praxis a la vez. De ahí su lentitud concientizadora,
pues su acción está en ella misma, en el poema o en el libro. Esto
plantea una doble punta del problema: la de la escritura, por un
lado, de la cual somos absolutamente responsables, y la de la
lectura, por el otro, que depende de todo un proceso cultural (en el
que tiene su parte aunque sea pequeña, la literatura) y
revolucionario (en el que tiene su parte, definitoria, la
militancia).)
(Esto,
que sigue siendo vigente para mí, me da un punto de partida para
examinar, y tratar de ubicar, Muchachos
desnudos bajo el arcoiris de fuego.
Así, al margen de cualquier diferencia de criterio respecto a los
poetas escogidos, la mayor parte de ellos de excelente calidad,
considero que —dentro
de cierta amplitud—
es un libro que viene a complementar Poesía
rebelde de América.)
(La
dificultad comienza, para el asunto de ubicar, en las diferencias de
opiniones que hay sobre el origen y fundamentos de la “modernidad”
de la poesía latinoamericana. Como generalizaciones consideramos que
las características señaladas por Saúl Yurkiévich respecto al
tenor de la nueva poesía de nuestro continente son acertadas:
“Crisis del idealismo romántico, pasaje de los nerudeanos a los
vallejeanos, conciencia crítica desgarrada, desacralización
humorística, irrupción de la actualidad, transición entre el
psicologismo y el sociologismo, agresividad, libertad de expresión,
avance del coloquialismo y del prosaísmo, pluralidad formal y
estilística, discontinuidad, inestabilidad, ruptura, apertura,
cosmopolitismo...”)
(Pero
esta enumeración que hace Yurkiévich en Poesía
hispanoamericana (1960-1970)
es insuficiente, y hay un verdadero galamatías en las opiniones de
otros que han querido precisar, emitiendo juicios de valor, estas
características. Veamos algunos ejemplos: para Roberto Fernández
Retamar y para Mario Benedetti, la “antipoesía” no existe sino
simplemente, es una “anti tal tipo de poesía”, en concreto una
poesía “antineruda”, y se encuentra en el extremo opuesto de la
poesía “conversacional”, representada por el “exteriorismo”
del nicaragüense Ernesto Cardenal. Fernando Alegría, en cambio
—tras
señalar que los primeros antipoetas latinoamericanos son Pablo de
Rokha y César Vallejo—
ubica a Parra —de
quien dice que “maneja un lenguaje cotidiano mezclado con fórmulas
pedagógicas y sentencias de pillería popular”–
en el mismo saco que al nicaragüense y afirma: “Cardenal es un
antipoeta áspero y disonante que trata de encenderle a lo prosaico
una llama interna para provocar otras luces a su alrededor...”.)
(Según
Aldo Pellegrini (Antología
de la poesía viva latinoamericana),
es el surrealismo el punto de partida de nuestra poesía actual,
ofreciendo a los nuevos poetas “el privilegio de una deslumbradora
libertad de expresión, el incentivo de la imagen insólita, y su
permanente carácter experimental”, y subraya más adelante que
“Nicanor Parra representa en Chile el esfuerzo posterior más claro
de intentar una nueva aventura poética”. Undarraga, por supuesto,
remarca al “creacionismo” de Huidobro como el arranque de nuestra
vanguardia, y nos recuerda una afirmación que es fundamental –y
a la cual volveremos–
del autor de Altazor:
“La idea es la que debe crear el ritmo, y no el ritmo la idea, como
en casi todos los poetas antiguos... poetas de vestuario, sin nada
interno”. José Olivio Jiménez (Antología
de la poesía hispanoamericana contemporánea [1914-1970]
), coincide con Pellegrini pero desde otro ángulo. Para él en
Trilce y en Añtazor “aparecen ya, de manera harto visible,
aquellos mecanismos nuevos que anunciábamos como arquetípicos de
los contemporáneos, y que son, para decirlo gruesamente, el
irracionalismo
y la desrealización”.)
(Es
muy difícil, entonces, generalizar respecto a
una
tendencia dominante en la nueva poesía de América Latina. Los
caminos han sido multiplicados y poco a poco, en mi opinión, han ido
clarificándose.)
(Desde
el dadaísmo (“...todo lo que se ve es falso... protesta con todos
los puños del ser en acción destructiva” y las “palabras en
libertad”) -al que se conectará, al menos en términos teóricos,
el “nadaísmo” colombiano-, el futurismo (la exaltación de la
tecnología, desde un punto de vista temático, y la destrucción de
la sintaxis, el empleo del verbo en infinitivo y la supresión del
adjetivo y del adverbio, en cuanto a la expresión), el surrealismo
(la actividad pura del espíritu donde reside la poesía es el
subconsciente humano y su manifestación la escritura automática),
hasta el ultraísmo (la coherencia del poema a través de cierto tipo
de imágenes), han influido y tomado diferentes direcciones a lo
largo del desarrollo de nuestra poesía.)
(Huidobro se encarga de contestar el planteamiento futurista de cantar
necesariamente lo “nuevo”. Dice: “Si yo canto el avión con la
estética de Victor Hugo, seré tan viejo como él, y si canto el
amor con una estética nueva, seré nuevo. El motivo no tiene ninguna
importancia especial para la modernidad o vejez de una obra”. Si
escarbamos bien las cosas (“la idea es la que debe crear el ritmo”,
esto es, el concepto que tengamos y las relaciones que establezcamos
como tal o cual tema), Huidobro está proponiendo, en contra de sus
intransigencias una estética no normativa, a pesar de su apariencia
idealista. Más tarde, como tendremos oportunidad de ver, la sujeción
a la tecnología, agregada al “rigor” de los ultraístas, de los
Contemporáneos de México y los agrupados en la revista Orígenes,
de Cuba, dará un nuevo producto: la poesía “concreta”
brasileña. Ligada principalmente a lo inteligente en contraposición
a lo emocional, a lo “reflexivo” en contra del “temblor” o la
“iracundia”.)
(Así
las cosas, tal vez se pueda ya intentar una demarcación de las
direcciones que ha tomado la nueva poesía latinoamericana, mismas
que están representadas, excepto la poesía “concreta”, en
Muchachos
desnudos bajo el arcoiris de fuego.)
(A
mi juicio, las dos vertienetes que nutren el desarrollo de nuestra
poesía son la seca, escueta, fundamentada en la inteligencia, que
surge de los ultraístas argentinos (“Reducir la lírica a su
elemento primordial: la metáfora. Abolir las expresiones
intermedias, los enlaces y los adjetivos inútiles. Abolir los
objetos ornamentales, el confesionalismo, los discursos y las
abstracciones. Síntesis de dos o más imágenes en una sola,
ampliando así su poder de sugestión”, Borges dixit),
de los Contemporáneos mexicanos (a los que “caracterizaba el
rigor, la intransigencia, y sobre todo la inmovilidad”, según lo
remarca Francesco Tentori en la introducción a su libro Poeti
Ispanoamericani del 900),
y de los cubanos agrupados alrededor de la revista Orígenes
(la tendencia de la poesía “pura” de antes de la Revolución,
también según señalamiento de Tentori). La otra podríamos
encontrarla, para el caso de Cuba, en la poesía negra o social
(Tentori), con Nicolás Guillén a la cabeza, pero ya cuando se ha
liberado del “ritmo negro” y entra de lleno a los instintivo y
emocionalmente popular (negro pero con sentido de clase), en los
“estridentistas” mexicanos, en Pablo de Rokha (“U,
publicado en 1927, es su libro clave... aquí de Rokha va dejando
inscripciones que representan una violencia directa contra la
sociedad burguesa y contra el hombre acomodado en ella. Desnuda a la
poesía de todo artificio, excepto uno: la grandilocuencia”, señala
Alegría), en Vallejo (Alegría subraya que éste, después de Los
heraldos negros,
“adopta una libre asociación de imágenes y prosigue en amargo
tono de conversación a enfrentar la cara falsa del mundo,
escupiéndola, golpeándola, distorsionándola”, mientras que
Tentori recalca que en Vallejo “el lamento crece, se convierte en
gigantesco”, es “el sentimiento
-el subrayado es mío- que aureola con un halo cristiano a los
desheredados”), en los “iracundos” ingleses, en los beatniks
norteamericanos, en Neruda (especialmente en el de Residencia
en la tierra),
y en Parra (“su expresión es sarcásica, llena de una rabia que no
estalla en golpes, sino en ademanes, en voces, en movimientos, y se
queda en el aire, amenazante pero inútil”).
Así,
pues, dos corrientes básicas se disputan la supremacía de la actual
poesía latinoamericana: la inteligente, fría, medida, que busca la
exactitud, y la emocional, desbordada, sin medida. Lo “apolíneo”
frente a lo “dionisiaco” y lo “fáustico”. Lo estático
frente al movimiento. El poema-objeto, como denomina Ramón Xirau,
laudatoriamente, a Muerte
sin fin, de Gorostiza,
el poema arquitectónico, neoeleático en la perfección del círculo,
el poema “concreto” (“la poesía concreta”, escribe Xirau en
Poesía iberoamericana
contemporánea, “se
pretende precisa, objetiva, reflexiva; toda ella más estructura que
movimiento; toda ella más espacio visual que tiempo sucesivo”)
frente al poema “proceso”, de la emoción ligada a la vida, a la
historia, nombre que tomo de una disidencia dentro de la poesía
concreta brasileña, la de Wlademir Dias Pino, que inventó el
poema-proceso y desembocaría, con Mario Chamie, en una nueva
escisión, en el poema-praxis.)
(De
lo observado hasta aquí, las tendencias de la actual poesía
latinoamericana podría señalarse, ya más diversificadamente, en la
siguiente forma: 1. Una que basa su impugnación en una fuerza
irracional y desbordada, con elementos conversacionales y de las
vanguardias más añejas; 2. Otra que parte de una emotividad honda,
interior, sin desligarse de la realidad social; 3. La que nace de la
antipoesía no grandilocuente sino más bien coloquial, de Parra
(como la que hace “el ecuatoriano Edgar Ramírez Estrada”, según
Fernando Alegría, quien “combate en el plano de la revolución
social con armas conquistadas en la revolución antiliteraria: se
vale de la antipoesía para desenmascarar, atacar, purificar. La
antipoesía al servicio de la revolución”); 4. La que se origina
en los “exterioristas” norteamericanos y es objetiva, fría,
distanciada, hasta cierto punto maniquea, representada por Ernesto
Cardenal; 5. La que surge del rigorismo inteligente y cree más en la
“organización verbal” que en los motivos del poema, en la
“palabra” y su distribución en el discurso (coincidiendo con los
dadaístas que, como señala bien Raúl Gustavo Aguirre, llegaron a
plantear que “la palabra es anterior al pensamiento y, por lo
tanto, capaz por sí sola de crear una materia para el pensar, un
mundo, en suma, una realidad”). Estos poetas vuelven a los poetas
griegos y latinos, hacen con los textos de aquéllos nuevas
organizaciones verbales, construyen literatura sobre literatura; y 6.
Los “concretistas”, que entran, según Haroldo de Campos, en “el
mundo de la comunicación no-verbal y audiovisual”.
Muchachos
desnudos bajo el arcoiris de fuego
trae representaciones de las tres primeras tendencias enumeradas, al
menos en lo medular, con alguna que otra intercomunicación con las
tendencias no representadas.
Se
hace necesario ahora el conocimiento de quiénes son los que integran
el libro. En orden de edad (de los más viejos a los más jóvenes)
son: Luis Suardíaz (cubano), Hernán Lavín Cerda (chileno), Jorge
Pimentel (peruano), Orlando Guillén (mexicano), Beltrán Morales
(nicaragüense), Fernando Nieto Cadena (ecuatoriano), Julián Gómez
(mexicano), Enrique Verástegui (peruano), Roberto Bolaño (chileno),
Mario Santiago (mexicano) y Bruno Montané (chileno).)
(Ya
se podría, de acuerdo con las tendencias señaladas, ubicarlos. Sin
embargo, considero importante buscarles sus orígenes más cercanos,
el trampolín desde donde llegan. Para ello vamos a examinar (con el
lector) tres movimientos jóvenes aparecidos en América del Sur (dos
de los cuales hicieron pensar inocentemente a Aldo Pellegrini que
“los grupos más activos y revolucionarios en la poesía
latinoamericana parecen desplazarse desde la zona sur hacia el norte
de Sudamérica... formada por Ecuador, Colombia...).) (Me refiero a los
nadaístas colombianos, a los tzántzicos, del Ecuador, y al
Movimiento “Hora Zero”, del Perú. Estas tres tendencias, que
históricamente se dieron en el orden en que han sido mencionadas,
tendrían, supuestamente, su corolario en el grupo de los
“infrarrealistas” de México, tres de cuyos miembros .Roberto
Bolaño, Mario Santiago y Bruno Montané- están representados en
Muchachos desnudos bajo
el arcoiris de fuego.)
(Veamos:
J. Mario (nadaísta entonces), en carta dirigida a la revista El
corno emplumado habla
de las voces que se oían en un momento (1964), y dice: “...la de
los balleneros (se refiere a los poetas agrupados alrededor de la
revista El techo de la
ballena) de Venezuela
encendida por el petróleo y la de los tzántzicos ecuatorianos con
las cabezas al cinto y la de los beatniks
llorando sobre la misma impotente máquina amarilla de escribir y la
de los iracundos que, como la mujer de Lot, siguen mirando hacia
atrás con ira...”.)
(Pero
el nadaísmo se había iniciado en 1950 y tantos, con una influencia
directa de Dadá, del existencialismo y de los beatniks.
Su fundador, Gonzalo Arango, nos lo define estéticamente e
ideológicamente. Leamos algunas de sus propuestas: “Nada de
dogmas, ni para el arte, ni para la vida. Una misión para Mufados y
Nadaístas: estallar los últimos vestigios putrefactos de la razón,
del pensamiento lógico. La vida no es lógica ni razonable.
Razonable, en el mundo de hoy no queda sino la locura. Por lo tanto:
invasión al Reino Animal, embrutecernos de razón, y asalto a los
territorios Ignorados de la Virginidad del Espíritu. Sumergirnos en
las Oscuridades fecundas del Irracionalismo y la Irresponsabilidad
Original. El Espíritu, si quiere sobrevivir a su lenta muerte
civilizada, debe Animalizarse. La mente nos ha hecho cobardes,
asesinos, estúpidos, guerreros, impotentes, capitalistas o
comunistas, todo menos hombres, menos hijos de la Tierra y el Sol,
unos cochinos degenerados avergonzados del ombligo que nos trajo al
mundo... Nosotros nos quedamos con el reino Puro de la Nada... El
artista no tiene sino sus dos pies, su corazón, y un camino que no
conduce a ninguna parte... la Nada es la esperanza del Ser. El Ser
es la misma Nada que se pone a existir...”.)
(En
definitiva, es bastante fácil puntualizar sus conexiones con el
dadaísmo (todo es falso y lo único válido es la destrucción), con
el surrealismo (la zona pura de la poesía está en el subconsciente)
y con el existencialismo (el ser y la nada, la existencia). Todo
burdo, por supuesto, mal digerido. A esto habría que agregar lo
fácil de detectar su contenido reaccionario, puesto en claro en la
irresponsabilidad (léase no compromiso) y el meter en el mismo saco
ser capitalistas o comunistas cuando, según lo propuesto, lo que
deberíamos es ser hombres, al margen de la lucha de clases.)
(En
cuanto a los “tzántzicos”, aparecieron al inicio de los años
sesentas y su órgano de expresión fue la revista Pucuna. Se
autocalificaban, como su propio nombre lo indica, “reductores de
cabezas” (las 2tzantzas” son las cabezas reducidas a menos del
tamaño de un puño que hacen los indios de la selva oriental
ecuatoriana) y su publicación -Pucuna- se refería a las
cerbatanas de esos mismos indios que lanzan dardos envenenados.)
(Así,
el tzantzismo fue más una actitud que una poética y su
característica el parricidio. Creía en la acción inmediata de la
poesía: tal vez por eso no dieron obra que valiera realmente la
pena. Su primer manifiesto salió a la luz en 1962 y desde entonces,
como señala Esteban del Campo en “¿Réquiem para el tzantzismo?”
(abril de 1972), su principal contenido fue “la negación,
dialécticamente entendida”.)
(“La
actitud crítica de los tzántzicos”, continúa Del Campo, “vino
a colocarse en un nuevo nivel, de contenido completamente diferente y
que nos permite medir de mejor manera la variación de su iracundia y
negación en el tiempo. Este nuevo nivel tuvo sin duda mucho que ver
con una cada vez más alta comprensión marxista del fenómeno
cultural y social en el Ecuador y se refiere especialmente, a mi modo
de ver, al concepto de praxis artístico-política. De una praxis
insertada en el proceso de transformación de nuestra sociedad
sumergida en el atraso, la ignorancia y la explotación imperialista.
Fue, por lo tanto, en la aceptación de un compromiso práctico con
la lucha por una auténtica cultura nacional que se definió y se
sitúa esta nueva posición del tzantzismo”. Esta conciencia, que
fue positiva, la colocaron los jóvenes reductores de cabezas en el
nivel “de la poesía de denuncia, combativa y revolucionaria, de
la praxis política en la literatura (el subrayado es
mío). Su negativa a publicar sus poemas (en ediciones destinadas a
satisfacer el gusto de capas sociales reducidas y hasta insensibles)
y su decisión de decirlos, declamarlos en escenarios públicos o
populares... no fue otra cosa que la manifestación coherente de esa
época y la demostración de una toma de conciencia muy clara sobre
lo que se necesitaba hacer aquí, en nuestro medio, en nuestras
propias condiciones” (Del Campo).)
(A
esta actitud, que negaba al poema como ideología y praxis a la vez y
colocaba la acción fuera del mismo, en la acción política (que da
igual que hacerlo en cualquier otra acción, como los “praxistas”
brasileños que realizaron, ya a fines de los años sesenta, una
exposición con “poemas comestibles” que fueron “digeridos”
-en verdad- por algunos de
los visitantes), habría que agregar, como subraya Del Campo, un
lenguaje “irreverente, mordaz, no literario...”, pero que no
estaba encaminado a una transformación de la dinámica de su propio
discurso sino a funcionar de manera directa sobre una burguesía a la
que querían agredir como si el poema fuese un garrote o una pistola.)
(Esta
confusión dio como resultado una poesía de poca calidad, más unida
a una estética anarquista, efímera, a los posteriores happenings,
que a una estética concientizadora a largo plazo y, por lo mismo, en
“proceso” dentro de la historia por las propias virtudes del
texto. Agustín Cueva expresa a este respecto que el tzantzismo “es
a la vez, nuestra poesía y la imposibilidad de una absoluta
poesía... la dimensión... de un momento en que el artista toma
conciencia del alcance social como de las limitaciones de la
palabra”.)
(Tal
vez por eso, el movimiento se escindió: los partidarios de la acción
extratextual se orientaron hacia el teatro, y los que creyeron en el
texto como ideología y praxis simultáneas se agruparon alrededor de
la revista La bufanda del sol, haciendo poesía, narrativa y
ensayo teórico literario. En estos dos últimos aspectos han
alcanzado un nivel muy alto. Todo a su vez, se aglutinaron en el
“Frente Cultural”, la más importante manifestación
artístico-literaria de los últimos años en el Ecuador.)
(Cerca
de diez años después -concretamente en 1970- nace el movimiento
Hora Zero en el Perú, fundado por Juan Ramírez Ruiz y Jorge
Pimentel. Ellos nos hablan de la “poesía integral”, dentro de la
cual les interesa “la manera como es asumido el poema en toso sus
aspectos y matices: estructura formal, sintaxis, etcétera, etcétera.
Tiene que ser una creación absoluta. Todo poema en sí es una obra
que vale por sí misma. En cada poema es necesaria una forma
diferente de decir las cosas”.)
(Mientras
en el aspecto sintáctico declaran la guerra al “adjetivo y al
sustantivo negativos” y demandan “la vitalización de las
imágenes, ritmos y palabras hasta el punto que puedan desplazarse y
ser olidas, tocadas, agarradas”, porque el poema integral “estará
escrito con palabras vivas, capaces de abandonar el papel”, en lo
que se refiere a la actitud frente a su medio quieren una poesía
“que escupa y estrangule a todo lo que obstruye e impide la
realización total de un ser humano”, que sea “el canto de lo
objetivo-subjetivo vital”.)
(Más
adelante, en 1971, Hora Zero se define así: “...es un mundo vital,
mental, espiritual, es decir un mundo integral; plantea
fundamentalmente una ruptura con la Historia y se proyecta
imprimiendo nuevas formas de vida, nuevas formas de arte. Y aquí
tenemos dos leyes: construir lo nuevo-destuir los viejo”.)
(Los
tres movimientos, entonces, tienen una secuencia que, más o menos
osculatoria, va construyendo una actitud que redefine lo que las
vanguardias de la primera posguerra, habían planteado: libertad de
expresión, rechazo de toda retórica, destrucción de lo viejo y
construcción de los nuevo.)
(El
nadaísmo, nihilista en lo fundamental, se queda en la destrucción,
en la identificación del ser con la nada y en la ruptura con la
retórica, mal, este último, que había nutrido (¿desnutrido?) toda
la poesía colombiana anterior. En este aspecto, el nadaísmo fue
positivo, pero oponiéndose a un condicionamiento ideológico con la
aceptación y el ejercicio de otro. En esta dimensión tuvo una
naturaleza colonizada y refleja. Faltos de modelos nacionales que
seguir (León de Greiff ocultaba su verdadera esencia en excesivos
juegos verbales), se ligaron preferentemente a la poesía beatnik.
Ideológicamente sólo llegaban a la negación, una negación
perfectamente justificada en los Estados Unidos (canto a la
destrucción que correspondía con exactitud al proceso de decadencia
del imperio), pero no en Colombia, donde ni siquiera era factible un
“nacionalismo literario” puesto que -y recurrimos a palabras de
Pablo Antonio Cuadra- “el nacionalismo no nos impulsaba a cantar a
la Patria, sino a fundarla... La demanda era crear verbalmente un
país inédito”. El llamado a la traición de Goytisolo
(Reivindicación del conde Don Julián) no era posible
entonces, cuando lo tradicionalmente era tanto que el saldo no podía
ser sino la nada.)
(Los
tzántzicos, por su parte, arrancan de un error básico de juicios
sobre la naturaleza y la función de la poesía -a la que quitan su
especificidad como discurso y la convierten en un instrumento de la
política, en un acto sin acción en sí mismo, sin praxis propia,
para colocar a ésta en una dimensión estratextual- y de una
tradición que viene, por desgracia, de la llamada “poesía social”
que, desde los años 40 hasta ellos, había atiborrado de mamotretos
poéticos a buena parte de la poesía hispanoamericana como una
herencia del peor “nerudismo” (no Neruda). La ruptura con una
retórica poética (que se había quedado distante de la ruptura que
habían logrado los narradores de los años 30 en el terreno de la
prosa de ficción) la dan los tzántzicos, en lo poético, con años
de atraso, y, aun en esto, más fue escándalo que otra cosa, sin
rebasar lo que habían logrado ya los de la generación de Madrugada.)
(Hora
Zero, en cambio, hace síntesis de la poesía nadaísta y del
“clamor” (léase escándalo) tzántzico. Ni la destrucción por
la destrucción del nadaísmo (sus dos leyes son: construir lo
nuevo-destruir lo viejo, y nótese que para Hora Zero -y en este
caso el orden de los factores sí altera el producto- la prelación
es clara, primero la construcción, después la destrucción, esto
es, la construcción de lo nuevo produce la destrucción de lo viejo)
ni la acción estratextual de los tzántzicos (para los de Hora Zero
“todo poema en sí es una obra que vale por sí misma”). Es más,
ellos postulan que el poema estará “escrito con palabras vivas,
capaces de abandonar el papel”, con lo cual plantean una cuestión
fundamental: la supervivencia de la escritura está en su “lectura”,
y el texto, en cuanto tal, ideología y praxis a la vez , extiende su
función y su permanencia, su efectividad (siempre a largo plazo), en
las relaciones dialécticas que establece con quienes lo leen. Este
es el sentido, en mi opinión, de esas palabras vivas capaces de
abandonar el papel, esto es, de mantenerse en “proceso”, como el
Quijote desde el siglo XVII hasta nuestros días, vivo por todas las
posibilidades de traición que lleva en sí mismo y del juego
dialéctico que puede mantener con las diversas comunidades de
evidencias a la que ha tenido que enfrentarse a través de los
siglos, la geografía y el lenguaje.)
(Este
texto en “procesos” -distinto del texto objeto, del poema
concreto o del poema arquitectura, que es eleático y se encierra en
sí mismo en una falsa permanencia, la de la perfección del círculo
y la eternidad de lo ahistórico- es heracliteano, en movimiento, va
con la historia, se transforma y permanece en ella.
Hasta
aquí hemos visto -y discutido un tanto- el desarrollo de las
diversas tendencias de la actual poesía latinoamericana. Sólo me
queda ahora abordar un aspecto que ha quedado suelto: el de la
“poesía narrativa” (o “poesía narración”).)
(Encerrado
entre un lirismo que devenía “pobre ahondamiento, a menudo caído
en el gratuito y vicioso desahogo, que siempre conluía en el alarido
patológico” y, como respuesta y reacción a lo anterior, en el
“ejercicio de una maligna economía de versos” dentro de lo cual
“en cada poema prefijaba un límite a su número de versos,
pareciéndome de importancia observarlo, no lo quería sin embargo
muy bajo, por el terror de dar en el epigrama”, Pavese llegó a su
poesía narrativa. En esto, de todos modos, debemos ser cautos y
preguntarnos qué clase de narración era aquella a la que fue
llegando. Primero arribó al “estilo objetivo” y después, dentro
de cierto tipo de versificación, encontró que “ella contentaba
también materialmente mi necesidad, del todo instintiva, de líneas
largas, porque sentía tener mucho que decir y que no debía
aferrarme a una razón musical de mis versos, sino satisfacer también
una lógica. Lo había conseguido y, en ellos, bien o mal, narraba”.)
(Más
adelante, sin embargo, nos dice: “Había descubierto... el valor de
la imagen; y esa imagen (he aquí el premio de la testarudez con que
había insistido sobre la objetividad de la narración) no la
entendía ya retóricamente como traslado, como decoración más o
menos arbitraria, sobrepuesta a la objetividad narrativa. Esta imagen
era, oscuramente, el relato mismo”.)
(Así,
la poesía narrativa de Pavese se inscribe en lo que es la modernidad
del relato, evolucionando en una dirección “integrativa” y
paradigmática y basada en indicios, vertical, esto es, con
profundidad y espesor, al contrario del relato anterior,
“distribucional”, plano, resuelto a través de “funciones”
narrativas, horizontal. A esta diferenciación de tipos de discursos
se llamaba antes, en la vieja retórica, discurso metafórico,
característico de la poesía, y discurso metonímico, característico
de la narración.)
(Este
evolucionar desde direcciones distintas, desde esquemas impuestos por
una estética normativa, ha acercado a la prosa y a la poesía, ha
borrado sus límites, y ha producido, en quienes no lo han entendido,
estancamientos y repeticiones. La poesía conversacional -o
narrativa- de Cardenal, por ejemplo, retorna a la dirección
“distributiva”, al “exteriorismo”, esto es, al “accionar”
y al “estar”, dejando de lado el “ser”, lo integrativo,
volviendo a lo que en los años treinta hicieron los narradores del
“realismo social”. Y hace decir a Benedetti que entiende por
poesía algo así como un estado de ánimo, y que cuando narra
(aunque sea en verso) está escribiendo prosa (El cumpleaños de
Juan Ángel). Para él, entonces, poesía es sólo “la lírica”,
y narración lo “épico”.)
(Esta
división, a mi juicio, está muerta, se cae, como decía Pablo
Palacio de las palabras del profesor estúpido, en las puntas de sus
zapatos. En protesta, a sus alumnos no les quedó otra alternativa
que suicidarse en masa, lo que quiere significar negarlos, decir
somos distintos y nuestra vida nace muerta.
De
todas estas tendencias -que vienen de tan lejos-va haciéndose la
actual poesía latinoamericana, y produce varias actitudes -ya
señaladas-, unas estáticas, muertas, y otras en proceso, vivas. Sin
embargo, y lo veremos en el examen de los autores que conforman este
libro, también se da una relación dialéctica entre la vida y la
muerte, en la que triunfa siempre la primera, aun manejando elementos
de la segunda, las partes vivas del cadáver, algo así como el pelo
y las uñas.)
(En
esta antología hay autores de Cuba (uno), de Nicaragua (uno), de
Chile (tres), de Ecuador (uno), de Perú (dos) y de México (tres).)
(Luis
Suardíaz (cubano, nacido en 1936) concilia las dos vanguardias de la
poesía de su país, la de los agrupados alrededor de la revista
Orígenes (inteligente y rigurosa en lo esencial), y la
visceral, afroantillana, emocional, encabezada por Guillén. En gran
medida, el rigor prevalece en Suardíaz, pero “narra” y lo hace
integrativamente, con una emoción constreñida pero honda, interior.
Es un poeta hecho y ha tenido una tradición de la cual agarrarse,
neutralizando a la vez el tropicalismo y el poema arquitectura. Su
poesía, por eso, transcurre, se mueve, y su ritmo es sosegado pero
firme, sin desesperación, con la seguridad que le da el medio en que
se produce.)
(El
nicaragüense Beltrán Morales tiene una tradición larga e
importante: desde Darío a Cardenal, pasando por Cuadra y Coronel
Urtecho. También, por supuesto Joaquín Pasos. Pero como dice Pablo
Antonio Cuadra sobre sí mismo, yo afirmaría que Beltrán Morales
“descubre que en su oficio hay un antihistoriador”, y desde ahí
toma, para antihistoriar la propia poesía de su país y la historia
misma, el coloquialismo inaugurado Darío (y más aún Lugones), el
rigor de sus antecesores nicaragüenses inmediatos, y el humor de
Parra, pero mientras éste se mueve más bien en el cinismo, Morales
lo hace en la agresión y la satírico. Esto, por supuesto, lo
mantiene vivo, en “proceso”, en la “iracundia” (aun no siendo
grandilocuente), incluso revitalizando lo ceñido, exacto de los
poetas arquitectos o “de concreto”, y aunque presente posturas
peligrosamente “humanistas”.)
(Los
tres chilenos corresponden a épocas más o menos distantes: Lavín
Cerda, por un lado nacido en 1939, y Roberto Bolaño y Bruno Montané,
del 53 al 57, respectivamente.)
(Lejanamente
y muy bien digeridos, dos poetas están presentes en Lavín. Pablo de
Rokha (el desafuero y la grandilocuencia) y Nicanor Parra (el
escepticismo, el humor y lo coloquial). Narrador también
(excelente), las fronteras de sus textos se borran y lo narrativo de
sus poemas (nada “exterioristas”, desde luego) comparten lo
metonímico y lo metafórico, lo integrativo y lo distribucional,
buena síntesis en que lo emocional sigue viviente, lo cual los hace
transcurrir, continuar, moverse, no por la amargura y la agresión
que da vida al estatismo de Beltrán Morales, sino por su inmersión
en la historia (de la poesía y del hombre de su país). Lavín Cerda
sabe, como lo señalaba Pavese, que la “condición de todo avance
en poesía es siempre una atenta referencia a las exigencias éticas
(no morales, la observación es mía), y naturalmente, también
prácticas, del ambiente en que se vive”.)
(Bolaño,
por su parte, proviene directamente de De Rokha, sobre todo en la
gran dilocuencia, pero con algunos aditamentos beatniks (no
tengo elementos para determinar si a través de Gabriel Carvajal
-poeta chileno que escribía baladas como Villon y se identificaba
profundamente con Ginsberg- o de su permanencia en México). Como De
Rokha, Bolaño tiene una respiración ancha, poderosa.)
(Fundador,
con otros poetas -especialmente Mario Santiago- del Infrarrealismo
(movimiento sin manifiesto, como no sería de esperarse en este tipo
de actitudes grupales), su poesía se mueve dentro de un “vitalismo”
que la mantiene, sin duda, en “proceso”. Del Infrarrealismo como
movimiento hablaré más adelante, al abordar al infrarrealista
mexicano que trae esta muestra.)
(Bruno
Montané -también infrarrealista- parecería estar más ligado a
Hora Zero que a cualquier modelo chileno. No es grandilocuente como
Bolaño y está, en este sentido, más cerca de Teillier que de su
compañero de grupo. En mi opinión, la cosa podría venir (no en
Teillier, que es anterior, sino en Montané) de Hora Zero, aunque con
menos combatividad, tanto temática como formal. Montané, en última
instancia, es reposado, un testigo. En él hay una contraideología
del poder en funcionamiento, pero con una expresión un tanto
rezagada.)
(Fernando
Nieto Cadena es un caso aislado en su país. Nacido en el Ecuador, no
tiene tradición de la cual asirse. Adoum, en el tiempo de formación
de Nieto, estaba demasiado sometido a Neruda (la gran poesía de
Adoum viene después, cuando se saca la “camisa de fuerza” de Los
cuadernos de la tierra), y Edgar Ramírez Estrada completamente
negado. Además, Nieto Cadena no va por el camino de la no-poesía de
Ramírez (reelaboración hasta las últimas consecuencias de la
antipoesía). Así, Nieto es en el Ecuador una ruptura total, pero
viene, ami juicio, del “escándalo” tzántzico, por un lado (en
cuanto actitud, como luchador, en su caso solitario) y de los de Hora
Zero. Sin embargo, se mete en lo coloquial con mayor agresión que
éstos y la construcción verbal se acerca más a la de Jorge Reyes
(poeta ecuatoriano contemporáneo de Carrera Andrade) que la de
Vallejo. La agresión de Nieto no cae en el patetismo ni en el
alarido patológico, mucho menos en el simplismo maniqueo.)
(Los
peruanos, débilmente representados en esta muestra según mi
opinión, son un Hora Zero (Jorge Pimentel), cofundador del
movimiento, y un ex Hora Zero, Enrique Verástegui. En los dos está
Vallejo (más en Pimentel), pero absolutamente digerido, sin que se
les pueda calificar, ni siquiera remotamente, de “vallejianos”.
Esto aparece, sobre todo, en la simplificación (léase
esencialización) de un lenguaje que, dentro de la vanguardia, (ser
sustantivos, renovación del tipo de imágenes, uso y contra uso de
lo coloquial, interiorización, etcétera), surge natural, se rescata
a sí mismo del folklore (forma del estatus de apropiarse de lo
popular). Verástegui, me parece, va externando esa expresión,
mecanizándola, “vanguardizándola”, pero más como un regreso
que como una asimilación, más como un “modo” que como una
“resultante”.)
(Al
llegar a la parte correspondiente a México nos encontramos, en
primer lugar, con dos poetas (o un poeta y otro no) diametralmente
opuestos -Orlando Guillén y Julián Gómez- y luego con un tercero
-Mario Santiago- que pertenece al Infrarrealismo.)
(Guillén
resulta, dentro de la tradición poética mexicana de gran rigor y
estatismo (la que han tratado de romper -lográndolo sólo a medias-
los del grupo de la Espiga Amotinada, Sergio Mondragón y Jaime
Sabines), una excepción sorprendente. Aun dentro del “alarido
patológico” del que nos habla Pavese, su expresión es tan exacta,
sus imágenes tan integradas a la dinámica de su discurso, que éste
convence, vive y conmueve. ¿Su modelo? No sé. Me parecería ver a
Rilke (el de las elegías), a Eliot, sólo en lo formal, pero muy
bien asimilados, casi irreconocibles (o sin el casi). Más
cercanamente: Efraín Huerta (el mejor Huerta), el de la iracundia
verbal y emocional, el del desnudamiento, pero también casi (?)
irreconocible. En fin, Orlando Guillén me parece una realidad, y lo
que es mejor, un proyecto muy importante.)
(De
Julián Gómez sólo puedo decir que no sé por qué está en esta
muestra: su poesía se debate entre lo estático (que es real,
auténtico) y el movimiento (que es falso, inauténtico), una especia
de colcha de bregué que no consigue una estructura y que quiere dar
una apariencia de calor cuando sólo nos deja el frío, una
simulación de ruptura sin romper con nada, como quedándose con un
pie aquí (el pasado) y un pie allá (lo que él teme que pueda ser
el futuro), para ver qué pasa.)
(Finalmente
tenemos a Mario Santiago, cabeza del Infrarrealismo en México (con
Bolaño). Desafortunadamente, no existen propuestas teóricas del
movimiento, ni parecerían posibles a artir del examen de los
trabajos de los restantes poetas infrarrealistas. En Pájaro de
calor aparecen ocho -José Vicente Anaya, Roberto Bolaño, Mara
Larrosa, Cuauhtémoc Méndez, Bruno Montané, Rubé Medina, José
Peguero y Mario Santiago- y las afinidades detectables son menos que
las diferencias. El origen de la denominación, por lo demás, podría
tener un origen pictórico (y chileno), y Mariátegui usa el vocablo
para referirse a Philippe Soupault, suprarrealista francés, de los
que (los suprarrealistas) decía Emmanuel Berl que habían fundado
“un club de la desesperanza, una literatura de la desesperanza”.
Asimismo, Mariátegui subraya que Soupault (después de indicarnos
que “Julián, el protagonista de Soupault carece, ante todo, de una
meta. Su élan se agota, se destuye en un vuelo sin objeto”)
hace una escritura de este tenor: “...estas imágenes sucesivas,
incisivas, que terminan en un aceleré (aceleramiento)
patético, deslumbran casi dolorosamente nuestro espíritu,
sugestionan nuestra atención y retienen nuestros sentimientos tan
perfectamente como cualquier historia lógicamente conducida”. Cito
esto (y también que “Soupault no puede prescindir del amor ni del
crimen”) porque creo encontrar ahí el élan (espíritu
animador) de la poesía de Santiago, a tal extremo que lo que se dice
de una novela se puede decir de su poesía (narrativa en muchos
aspectos, aunque ese soporte sea mínimo o casi un pretexto)
singularmente ilógica pero que nos golpea “tan perfectamente como
cualquier historia lógicamente conducida”. Por supuesto, otros
elementos caracterizan la poesía de Mario Santiago -el desafuero ,
el terrorismo verbal, la incorporación de signos aritméticos, la
acumulación de datos (o señales) culturales, etcétera-, pero por
ahora basta señalar que es un poeta en acción, en “proceso”,
vitalmente “agónico”.)
(Frente
a esta visión, que he tratado de explicar lo más claramente posible
(tal vez penando en lo que Juan Andrade Heymann, ecuatoriano, autor
de El lagarto en la mano -una novela que algún día ocupará
el lugar que merece- dice: que “el escritor es un hombre con pocas
ideas, pero bien confusas” ironizando a aquellos que para simular
profundidad, oscurecen), queda otra mirada, la de los que defienden
el texto objeto, la simple organización de los significantes, el
poema “concreto”. Ante éstos queda un consuelo, lo que dice C.
Wright Mills sobre The social system, de Talcott Parsons:
“...como estilo de trabajo su difusión ha sido limitada. El hecho
es que no resulta fácilmente comprensible; y hasta se sospecha que
no sea inteligible en absoluto. Esto es, seguramente, una ventaja
protectora... Para los que no pretenden entenderlo, pero a quienes
les gusta muchísimo -y hay algunos de éstos- es un laberinto
maravilloso, fascinador precisamente porque es con frecuencia
espléndidamente ininteligible”.)
(De
aquí en adelante, el “proceso” de la poesía latinoamericana se
irá diciendo a sí mismo (se dice, de hecho, en estos poemas, a
veces con gran seguridad, en otras con balbuceos) y seguirá, inmersa
en la historia -como objeto y sujeto de ésta- dentro de una
dialéctica que nunca termina.)
(Miguel
Donoso Pareja
1979)